Diario de la Soledad (siete, uno)
“El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”. Gabriel García Márquez
Martes, siete de octubre de dos mil veinticinco
En contra de lo que decía Gabo, no hay vejez buena, e infinitamente menos en soledad. No conozco ninguna biografía de García Márquez, quizá porque nunca, a pesar de haber leído algunas de sus obras y reconocer y admirar su inmensa calidad e interés como artista y escritor, no ha sido nunca uno de mis autores de cabecera. Esos son como el impulso amoroso, incontenible y emocionado. Por cierto, desde hace unos días he caído rendido al inmenso talento de Guillermo Arriaga, en la primera novela que leo suya: El hombre. Para mí, arrebatador (iré hablando de él). Cuanto sufrimiento evita una novela mayor que no has leído nunca.
Quizá se puedan hacer pactos con la soledad y la vejez, no digo que no, pero por separado, juntas son devastadoras, no se puede con ellas. Por mi parte, intento neutralizar o eludir la fatal combinación de ambas circunstancias, pero no lo consigo. Es casi imposible para seres corrientes como yo. Digo esto porque hoy había un artículo de prensa en el que loaban a los octogenarios productivos y en pleno apogeo creativo (al parecer). En el colmo del escaso rigor, el superficial autor elevaba lo prodigioso a universal y perfectamente posible para cualquiera. Sí, eso decía el artículo, que solo alcanzaba a poner ocho o diez ejemplos, exitosos todos. Luego no es tanto de que con voluntad todo es posible, sino de talento que, si lo tienes, vale. Si no al montón arrumbado y deprimido por la injuriosa vejez y soledad.
El asunto no es cuestión de voluntad y propósitos de hierro; sino de un millón de circunstancias e imperativos sobre los que nada se puede hacer. Y, tampoco, como quería demostrar el artículo, porque sea propia del signo y progreso de los tiempos, si no, siempre, una combinación de factores que se dan excepcionalmente en casos y personas concretas. Si no, pues no.
Seguramente, Gabo nunca estuvo solo (no lo sé), como tampoco su contemporáneo y genio como él, Vargas Llosa, que hasta se puso de novio durante ocho años con una mujer guapa, rica y famosa, en la edad octogenaria… ¿habría podido yo ligar con la bella? No, sin sombra de duda…
La Fotografía: Del Microviaje que realicé hace un año, el anterior a este último. Desenfocado (viajar solo desenfoca mucho, desde dentro, desde las entrañas mismas, temblorosas); sin séquito (como el de Montaigne), y sin la compañera (que no tengo) de la mano ambos para así conjurar miedos. Aquel viaje lo hice solo, como desde hacía dos años; este último, también. A cuánta gente me he encontrado viajando solos, visitando castillos o catedrales; pueblos o ciudades: a nadie. Infiero que los solitarios no viajan, o lo hacen emboscados en grupos numerosos, pero no a cuerpo limpio; o tan solo, excepcionalmente una vez al año, en viajes breves y cercanos, como yo. Tengo entendido, que las mujeres que están solas, hasta para viajar en grupos programados se buscan a otra u otras para ir en compañía. ¡Qué tendrá la soledad qué nos da tanto miedo!