15 OCTUBRE 2025

© 2025 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2025
Localizacion
Castillo Santa Catalina, Jaén
Soporte de imagen
-DIGITAL 1600
Fecha de diario
2025-10-15
Referencia
11102

Diario de la Soledad (siete y dos)
“El hombre ama la compañía, aunque sea la de una vela encendida”. Georg Chistoph Lichtenberg
Martes, siete de octubre de dos mil veinticinco

… En estos días estoy relatando mi Microviaje, de cinco días, solo, naturalmente; y al mismo tiempo me he acercado a la figura de Michel de Montaigne, de la mano de Stefan Zweig, que curiosamente, este último, hasta para suicidarse se hizo acompañar de la que era su mujer entonces, Lotte Altmann. (1942: 61 años él; 36 años ella). “El escritor vienés y su mujer yacían abrazados en la cama, pálidos, sin vida. Las autopsias, ese mismo día, determinaron la causa de la muerte, suicidio por sobredosis de barbitúricos” (nota de prensa)
Montaigne preconizaba la importancia vivencial de la autonomía personal, la independencia y la libertad, que pasaba por un cierto aislamiento, en el que él pudo llevar hasta las últimas consecuencias su presupuesto vital y existencial; de hecho, se recluyó en la torre de su castillo durante diez años, eso sí, no dejó de tener amigos y no era viejo en ese momento, poco más de treinta. Cuando cumplió con esa experiencia iniciática de encontrar el sentido de su vida, decidió viajar por Europa y lo hizo durante año y medio (yo, solo, difícilmente aguanto cinco días), seguido por un sequito de varias personas: su cuñado, servidores, amigos… además de ir entrevistándose por el camino con nobles, reyes y hasta con el mismo Papa. Bendita soledad, entonces. Sin regatear méritos a Montaigne, así son mucho más fáciles las road movie, porque además de compañía tenía propósitos.
Al final de su vida, se instaló con una mujer-admiradora con la que pasó meses (ella estaba casada, según cuenta Zweig). Buscó una acogedora “soledad” en la vejez terminal, y no se prestó a la humillante experiencia de acabar tirado de cualquier manera en una residencia  (como ahora, las gentes corrientes) o en la penumbra de su torre de marfil, atendido por servidores que naturalmente le detestarían.
Me refiero a estos casos (ayer y hoy), porque además de ser célebres y cercanos a mi actividad de estos días, fueron creadores famosos y llegaron a viejos, pero nunca estuvieron solos del todo. Las personas talentosas nunca están solas y las que por lo que sea se ven en ese trance, se suelen suicidar (rasgo de carácter propio del talento).
Los viejos y solos auténticos, los que no tienen a nadie que les consuele de la visión de la gangrena desbocada de la vejez, enfermedad aterradora porque se puede ver crecer su efecto irreversible e invasivo, buscan compañía desesperadamente para protegerse conjurando la soledad (casi nadie lo consigue). Por ejemplo, los que se rodean de gentes extrañas a sus verdaderas necesidades en torno a aficiones impostadas, que devienen en ridículos aquelarres sociales: “El instinto social de los seres no se basa en el amor a la sociedad, sino en el miedo a la soledad”. Arthur Schopenhauer 
La única imagen que se me ocurre ahora, y que expresa la compañía y el amor hasta el último minuto, me la encuentro a veces en la calle y me impresiona siempre: dos ancianos, aparentemente matrimonio, caminan despacito agarrados de la mano. Es la expresión misma del amor sostenido a través de décadas, contra viento y marea, con la que quizá consigan, al menos, cuidarse.  Se trata del tesoro de la compañía continuada en el tiempo (amor más amistad y respeto). La trama social que actúa como red de contención se va resquebrajando y el anciano va quedándose cada vez más solo”. Norberto Bobbio
La Fotografía: Las gentes viejas no solo se reúnen en torno a juegos de mesa (cartas y dominó, sobre todo, aunque eso yo no lo sé bien porque no soy jugador de nada), o actividades al aire libre, de las que se hacen con bastones, ropa suelta y deportivas; sino también alrededor de actividades viajeras y culturales (tan solo un pretexto con argumento),  como es el caso de esta foto, en el Castillo de Segura de la Sierra, en Jaén.

Pepe Fuentes ·