LOS MICROVIAJES
Albacete y Jaén: día 4.1
Sábado, veintisiete de septiembre de dos mil veinticinco
Me levanté en el espléndido hotel que había contratado en Baeza (lujoso, bonito y barato; TRH, se llamaba). Precio de hostal, pero habitación y servicio lujoso. Me costó 56 € con un estupendo desayuno, no solo por la abundancia y calidad del buffet, sino por mis muchos compañeros de comedor, todos viejísimos (más que yo, aunque parezca inverosímil). Era una excursión de momias en pantalón corto, en régimen matrimonial de gananciales (supongo), aunque ahora ya no haya nada que ganar (ni ellos ni yo), todos hermanos y todos decrépitos. Yo no desentonaba, salvo que conmigo no desayunaba ninguna viejita arrugada. La pastora del rebaño, una mujer alta y poderosa, a punto de ingresar gloriosamente en la era sexagenaria, cuidaba de ellos yendo de mesa en mesa. Pasó varias veces cerca de mí mirándome con curiosidad. Sabía lo que pensaba al observarme: ¿este es de los míos, o se ha colado de polizón? No la saqué de dudas diciéndole que no, que yo era el Capitán Trueno viajando de incognito a través del tiempo. Mientras desayunaba observé asombrado la naturalidad con la que mis colegas compartían mesa con otros como ellos. Fue el momento cumbre de la mañana: el desayuno fue estupendo en todos los sentidos.
Salí del hotel de un excelente humor, decidido a visitar Baeza, una vez más porque creo que era la tercera vez que lo hacía, la última fue hace algo más de tres años, junto a una mujer.
Como eran poco más de las nueve de la mañana nada había abierto (catedral, iglesias, palacios…)
Me di una vuelta por las calles que circundaban la catedral y por otras del centro histórico y monumental. Lo primero que abrieron fue el edificio de la antigua universidad, donde dio clases de francés Antonio Machado, cuando ya solo era instituto. Entré, claro, y volvió a gustarme mucho su clase, con los antiguos y altos pupitres.
A las diez y media entré en la catedral, donde había una numerosa reunión de católicos militantes (lo sé porque estaban todos juntos en la entrada, tan contentos de estarlo), a los que se dirigían dos curas o misioneros africanos (lo supe por su color y por lo que decían: al parecer estaban gestionando muy bien su misión en algún lugar de África).
Subí hasta el campanario, para nada, tan solo para volver a bajar.
Antes de irme de Baeza pensé visitar el Palacio de Jabalquinto, joya del gótico isabelino, de esplendorosa fachada y patio renacentista. No fue posible. La información de la puerta decía que la apertura era a las once; media hora después permanecía cerrado. Si, por lo que fuera, los funcionarios habían decidido incumplir el horario para vejación de los visitantes: éramos bastantes mirando fijamente la puerta. El asunto me pareció estúpido y me largué. Lo mismo abrirían a la una o vete tú a saber cuándo les daría la real gana hacerlo.
Me fui a Úbeda, que estaba cerca y también había cosas que volver a ver…
La Fotografía: Nada más llegar a Úbeda, me encontré con la Iglesia de la Santísima Trinidad, barroca del s XVII y XVIII. Nada más entrar, un gran paso de procesión (parecía), representaba la entrada de Jesús en Jerusalén, subido a un jumento, para cumplir la profecía de Zacarías 9:9, que anuncia la llegada de un rey humilde sobre una burra. Llegaba desde el Monte de los Olivos, el domingo de Pascua. Los católicos, ya desde el inicio de todo, escrupulosos en el cumplimiento del guion.