COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS 97
“…Ahora, cuesta abajo en mi rodada
Las ilusiones pasadas
No las puedo arrancar
Sueño con el pasado que añoro
El tiempo viejo que lloro
Y que nunca volverá”.
Carlos Gardel / Alfredo Le Pera
Sábado, once de octubre de dos mil veinticinco
Sí, se puede decir, objetivamente, que estuvo bien, sobre todo porque no estuvo mal. Quizá eso sea suficiente. ¿Me pregunto, dónde está mi capacidad de emoción? ¿La he tenido alguna vez?
Copilot me dice que la pregunta que me he hecho, la última, tenía que haberla redactado: ¿La he tenido en alguna ocasión? Consideraba que la suya mejoraba la mía ¡menuda idiotez este asunto de la IA, sino fuera tan inquietante! No hago mucho caso, por ahora.
Lo que estaría bien, tal vez, no sé; es que la IA me permitiera reconfigurar mis emociones, sí, vivirlas de otro modo, mejoradas, o solo vivirlas, con eso bastaría. Aunque, para qué, tal vez empeoraría todo.
Ayer, por ejemplo, salí de mi casa a las siete de la tarde, limpito (me había duchado, no lo hago todos los días porque en la clausura no me huele nadie, solo yo, y mientras no me desagrade , pues paso mucho de meterme en la regadera, que diría un mexicano); vestido de tipo joven (como cuando tenía cincuenta), con un vaqueo roto en las rodillas, un jersey de color fuerte y mi gorra azul, la que llevo a las dos citas anuales con mujeres desconocidas, para nada, porque luego no nos gustamos. Sí, esa indumentaria llevaba, por si tenía que lucirme con alguna vieja de buen ver que no estuviera reseca o fofa hasta la insoportable obscenidad (este párrafo a la IA no le habría gustado, seguro). Sí, a los viejos nos suelen pasar esas cosas tan indeseadas, no exagero: la vida es un tango melancólico, como el espíritu argentino y borgiano. No, yo, ayer, nada de viejo chocho con camisa de rayas, chaqueta azul, pulcros pantalones planchados y mocasines. No, nada de eso, ¡yo moderno! Aunque era la de antes, la de ahora no tengo ni idea de cómo es.
El caso es que llegué al centro de la ciudad y había mucha gente, paseando y moviéndose de aquí para allá. Hasta un grupo musical había tocando en la plaza, como debe ser en las ciudades de bien, como la mía, los viernes a la caída de la tarde.
Me sentía de un humor espléndido, todo me gustaba, todo el mundo y la temperatura ambiente, y las personas y sobre todo, los perros (los seres vivos que más me gustan). Vi a un Border Collie con su dueño y se me fueron los ojos detrás del perro, por supuesto. Pregunté a Google ¿Cuánto cuesta el perro más listo del mundo, según ellos? Me contestó: entre 500 y 2000 € y, si es de adopción, más barato, claro. Es muy importante el que sea un criador confiable, según dicen también, es decir que cuesta 2000, como mínimo. Mi amigo hermano lo es de Caniches, y los vende en torno a ese precio. Los caniches son los segundos perros más listos del mundo, según Google, también. Mi amigo hermano, muy entendido en la materia me ha dicho que lo más importante en la elección de un perro es que sea apropiado a las circunstancias y necesidades del dueño. Los valores estéticos, secundarios siempre. Pasa como con las parejas que se elijan (en mi caso lo que necesito es una buena mujer y no la más guapa del baile, bueno, eso también).
Se me está yendo la cabeza…
El caso es que iba tan contento porque iba al Teatro de Rojas de mi ciudad (exactamente a la primera fila, butaca ocho).
El programa de sala (pobre), decía: “Los textos son de un efecto muy profundo donde la fuerza de las palabras se une con la música. Lo inexplicable, lo misterioso, lo laberíntico… Un mundo de laberintos en el que los seres transitan por misterios que quizá nunca lleguen a desvelarse”.
Sí, seguro que fue así, aunque a mí no me llegara del todo. Vi la representación con una sonrisa complacida. Todo lo que sucedía en el escenario me agradaba, el problema es que me olvidé de la emoción.
La Fotografía Vi: Borges y Yo. Recuerdo de un amigo futuro. Ficha técnica: textos de Borges, dirección e interpretación: Andrea Bonelli y Hanna Schygulla (mi adorada actriz de las películas de Rainer Werner Fassbinder). Hanna solo aparece en un vídeo presentándose porque decía que estaba en París. En realidad, por edad (82 añitos, tiene), ya no está para el ajetreo escénico, me parece (eso solo queda para los de La Zaranda). En el escenario, Bonelli, que también es mayor (58), pero menos, que interpretaba en prosa y cantaba tangos. Junto a ella: Shino Onhaga, al piano; y, Cristina Chiappero, al cello. La música, muy bien interpretada, era de Peter Ludwig. Los textos, elegidos por Schygulla, a los que concedió los derechos María Kodama, reticente, al parecer es una mujer difícil y muy celosa a la hora de preservar las esencia Borgianas (hace bien). Eso lo contó Bonelli, en una butaca cerca de la mía, con una cámara de video delante enviando su cara y locución a una pantalla, para dar dinamismo y originalidad a la puesta en escena, supongo.