CENA RARA 8.1
“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”. William Shakespeare
Sábado, dieciocho de octubre de dos mil veinticinco
El año pasado, decidí acabar con mi asistencia a las Cenas Raras porque me ocasionaban gastos, molestias y apenas satisfacción. A veces me aburria o me irritaba alguna presencia que no era de mi agrado.
No entraba en mis cálculos revivir la experiencia; sin embargo, después de once meses volví anoche, sobre todo como consecuencia de una imprevista desorganización de mi cabeza que no contaré. Carece de importancia, tan solo fue un malentendido conmigo mismo.
Me lo tomé con mejor disposición que a las que asistí hace un año, tal vez porque me daba exactamente igual lo que pasara, y, sobre todo, lo que no pasara.
Salí de mi casa a las siete y cuarto. El restaurante se encontraba en la calle Doctor Castelo, de Madrid, claro. Llegué a las ocho y media. Aparqué y me dirigí al restaurante que estaba abarrotado (barra y sala mezcladas, una mala idea para los comensales). En la mesa ya se encontraba un tipo que, a primera vista, me despertó recelo. Cuando abrió la boca la sospecha mudó a certeza, confirmada, además, por la prepotente ignorancia del individuo sobre cualquier asunto de importancia, hasta de sí mismo, me pareció.
En este tipo de eventos lo peor que me puede pasar es que tenga que ver el careto de un imbécil frente a mí durante más de dos horas. A él le debió pasar lo mismo y nada más empezar la ceremonia de confusión comenzamos a despreciarnos mutuamente. Pues sí, eso me pasó anoche.
Menos mal que, además del individuo que me tocó, hubo tres mujeres absolutamente encantadoras.
La primera que llegó, una mujer en la mediana edad sexagenaria, todavía activa: simpática, sonriente, cercana, acogedora, atenta, buena conversadora e incapaz de autoimponerse en detrimento de nadie. Un cielo de mujer.
Luego, una brasileña, que aparentaba veinte años menos de los que según dijo tenía, discretísima, de trato cercano y atento. Se mostró menos participativa, pero no por eso reactiva o lejana, simplemente su estilo parecía menos expansivo que el de los demás.
Por último, una mexicana, residente en EE.UU. (Nueva York), y ahora temporalmente en Madrid por motivos profesionales. En la sesentena también, jovial, expansiva, inteligente, cultivada (autora de libros de psicología y terapeuta en NY), y absolutamente encantadora.
Con tres mujeres como ellas, para qué queríamos a un tipo ególatra, en la cincuentena demediada que enseguida nos hizo saber, con machacona insistencia, cuál era su mundo de intereses: una herencia injusta para él (definía la familia como lo que queda después de la lectura de un testamento); la moderna decoración de su casa diseñada por él mismo; el golf al que jugaba maniáticamente y sobre todo sus estridentes indumentarias en el campo de juego, ilustradas con multitud de fotos; sus dos perros Yorkshire Terrier y lo feliz que se sentía porque todavía no había sido infectado por la mala soledad (no lo expresó así, eso es cosa mía). Salía frecuentemente a la calle a ligar (había bastante gente fuera, en la acera), al parecer, con el pretexto de fumar (ligó con una mujer joven que estaba en la mesa de al lado porque se cruzaron números de teléfono). Ah, y también nos dijo, por lo menos mil veces, que era diabético, como si fuera un atributo personal del que presumir.
Circunstancias así son las que afean horrorosamente la experiencia de cenas con desconocidos. Menos mal que al menos había tres mujeres deliciosas.
Naturalmente, el abuelo de todos era yo, lo que me colocaba en otro plano, sin duda precario…
La Fotografía: El molesto individuo también presumió de músico autodidacta y de su larga melena hasta hace nada (pelo por los hombros) que naturalmente se encargó de ilustrar orgullosamente con fotos ¡qué tortura, por Dios! Lo imagino habitando una obra decadente y de poca gracia parecida a esta, de Ismael Smith, catalán nacido en 1886 y fallecido en Nueva York en 1972), que se encontraba expuesta en la exposición de Néstor reencontrado, en el Museo Reina Sofía, como obra y artista invitado para ilustrar el contexto del novecentismo postmodernista de la obra de Néstor (Néstor Martín-Fernández de la Torre (1887-1938).