CENA RARA 8.2
“La soledad es una consecuencia de la libertad y de la independencia, pero no sabemos estar solos. Y cuando la soledad llega, nos desarma”. Victoria Camps
Sábado, dieciocho de octubre de dos mil veinticinco
… En cuanto a la esterilidad fue la de siempre, pero observado el hecho en sí, sin proyecciones en otros órdenes vivenciales más allá de las dos horas y media que suelen durar estos eventos, la cena resultó muy entretenida y gastronómicamente la mejor a la que he asistido.
Tuvo un matiz más acogedor que otras, aunque, como siempre suele pasar, cuando salimos del restaurante todos nos dispersamos después de una urgente despedida, como si se nos estuviera quemando la casa. En ninguna de las cenas a las que he asistido han aparecido verdaderos deseos por parte de nadie de mantener un contacto más allá del tiempo empleado en cenar. O, a veces sí, pero no duraba más de lo que se tardaba en enunciar el ingenuo propósito.
La esencia misma es que los contactos sean intranscendentes ya que somos absolutos desconocidos y nos cansamos pronto unos de otros. Con la compra del derecho a compartir mesa con seres anónimos, solo se adquiere la oportunidad de no cenar solos en nuestras casas esa noche (normalmente uno no va a cenar solo a restaurantes, yo desde luego no).
Es un producto técnicamente terapéutico y social que se ha comercializado, con el que puedes interactuar un rato, y nada más, como montar en una atracción de feria, pero sin ser niños ya. Los organizadores solo responden de la coordinación y venta de participaciones, aparte de la elección de restaurante, horario y de que todo esté a punto.
Dos horas y media después todos huimos cada uno por nuestro lado, como si hubiéramos cometido una fechoría imperdonable o un pecado inconfesable. No sé cómo situarme ante el hecho; aunque, si lo pienso un poco más y mejor, se me ocurre una explicación bastante obvia, tanto que no puede ser otra, y que tiene que ver con la insoslayable circunstancia de nuestras provectas edades: -a partir de un cierto momento en la vida nadie quiere saber nada de nadie-. Demasiado esfuerzo para tan pocas energías a la altura de las edades que llevamos a cuestas, y, sobre todo, por el más que dudoso resultado en satisfacción y placer que podríamos obtener, si apostáramos por la continuidad de improbables entendimientos. Almas esclerotizadas tenemos ya, y así nada es ni siquiera probable…
La Fotografía: Prensa antigua, salvada de un incendio por pura suerte. Probablemente esos restos ruinosos no lo eran en la época en la que yo tampoco lo era. Ahora esa casa y esos restos están en este lamentable estado de destrucción irreversible. Yo también. Sí, esta foto es una elemental metáfora.