Diario de lo Difícil 5
“Honorato de Balzac, el gran novelista, intentó esclarecer las raíces del amor a primera vista. Concluyó que al circular la sangre por nuestro cuerpo se crean campos de energía que se manifiestan a través de calor, irradiación, resplandores… De estos campos emana un alfabeto aéreo, luminoso y particular de cada individuo. Esos alfabetos, ilegibles para la mayoría, solo pueden ser comprendidos por aquellos que comparten uno similar. Cuando dos personas detectan alfabetos semejantes, son capaces de leerse uno al otro con claridad. La atracción entre ellos se torna ineludible y el entendimiento perfecto. Es así como surge el amor a primera vista. Es de lamentar que la posibilidad de toparse con alguien que posea un alfabeto aéreo luminoso análogo al nuestro sea bastante remota”. Guillermo Arriaga (El Salvaje).
Jueves, treinta de octubre de dos mil veinticinco
Hoy, puro déjà vu.
Otra Cita a Ciegas; la penúltima, que era la segunda, sucedió el veintitrés de septiembre, contada en este capítulo de diario, en ese mismo mes.
Después de ese frustrado intento le dije a mi animosa representante: -que preferiría opciones más atractivas de las que me había planteado hasta ahora, y que, si no surgían, no pasaba nada, que ya tenía otras cosas que hacer- (mentira y verdad al mismo tiempo).
Curiosamente, el lunes de esta semana, por la mañana, pensé: -hoy puede que me escriba Alejandra- (así se llama mi representante en cuestiones amorosas). Me había olvidado de esa posibilidad desde la última vez.
Pues sí, el pálpito premonitorio funcionó y me escribió por la tarde para ofrecerme una nueva candidata para mi “corazón amoroso agonizante”, pero vivo todavía , creo.
Acepté, claro, todavía no es tiempo de rendirme.
Tres días después, el jueves, me coloqué la gorra azul de las citas imposibles y me dispuse a ir a Madrid a las cinco de la tarde. La cita era a las siete, en una cafetería pastelería moderna y minimalista en el barrio de Salamanca, elegida por ella. Nada propicia para el intimismo romántico.
Fuimos puntuales. Nos dispusimos a “conocernos” tomando un café, nada de bebidas espirituosas e inspiradoras.
Como sucede en estos casos, dado que partimos de cero antecedentes, conviene intercambiar perfiles básicos y poco más, por el momento. Luego, se divaga aburridamente sino ha surgido el relámpago de una conexión entre nuestros –alfabetos aéreos, luminosos y particulares- que dijo Balzac.
La mujer que apareció resultó de pulcra presencia, delgada, mediana estatura, sonrisa fácil, rostro distendido y mirada directa, actitud cordial, excelente y atenta conversadora. Culta, universitaria, nivel profesional alto (todavía activa). Charlamos afectuosamente durante hora y media, hasta que llegó el momento de que convenía salir de un local de ambiente gélido. Pregunté: ¿nos vamos, o hacemos algo? Me refería a cenar, por ejemplo. A lo que ella contestó: mejor nos vamos. Eso hicimos.
El protocolo del plan de nuestra agente compartida consiste en que le reportemos las impresiones de la cita a ella, que, a su vez, nos hace saber la de la otra parte: el sí o el no a continuar la relación de cada uno. Así se evitan posibles situaciones tensas de los rechazos. No está mal pensado.
Soy un hombre sencillo en las relaciones amorosas, románticas, pasionales; y de gestos y actitudes nítidas y determinadas: no me entrego a una relación ni amorosa ni sexual con una mujer que no me encante, que no me vitalice, a la que no desee y ella a mí. A estas alturas de mi edad, si el deseo no aparece, como dijo Balzac: –si la atracción no es ineludible-, prefiero que nada suceda. No consensuo con la necesidad o mis debilidades.
La Fotografía: Llegué a la cita con la visera de mi gorra azul hacia delante, precediéndome. Hora y media después, al despedirme, mi gorra, en plena sintonía con la ceremonia de correcto y muy pulcro desencuentro, se dio la vuelta para expresar la decepción a modo de despedida, mientras me alejaba. La mujer, discretísima y educada, se alejó resuelta por la calle Doctor Castelo, sin mirar atrás. Enseguida estuvo a la distancia sideral del olvido. Solo hay una matización a la performance fotográfica: no se había maquillado ni vestido para enamorarme (yo sí a ella). Hay mujeres que no se visten para la escenificación que requiere el juego amoroso, seductor, romántico que entrañan estas citas. El amor, en los prolegómenos, o es apariencia glamurosa que exprese deseos y promesa de pasiones contenidas y deseadas o no será nada. Es lo que sucedió al anochecer en una cafetería fría y funcional que eligió ella. Todos, hombres y mujeres, si queremos enamorar (de eso se trata en estas citas), conviene que nos vistamos para la extraordinaria ocasión, y si no, tan solo queríamos entretener nuestro aburrimiento y salir indemnes. Es lo que sucedió, en su caso.