COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS 98
“No sabía adónde ir excepto a todas partes.
Todavía nos quedaba mucho camino.
Pero no nos importaba: la carretera es la vida”. Jack Kerouac
Jueves, dieciséis de octubre de dos mil veinticinco
El domingo, 28 de septiembre, día de vuelta de mi Microviaje, cuando me recliné a descansar, vi una película, también de viaje, titulada Sirât, de Oliver Laxe (2025).
La razón fue que me apasionan las películas de viajes por desiertos, y no porque me interese especialmente el cine de Laxe, porque es creyente confeso y a mí los que son así, apenas si me despiertan interés porque van a intentar, por las buenas o por las malas, hacerme participe de su patología a través del sermón que toque. Además, en este caso, los productores eran los Almodóvar, que solo les falta la ropa talar para ir por la vida.
Me decidí por ella a partir de ver el tráiler. A medida que avanzaba la historia fui comprobando que no había historia muy elaborada; todo consistía en seguir a un grupo de personas que avanzan penosamente con unas condiciones dificilísimas por un agresivo desierto. Todos perseguían quimeras, unos bailar hasta morir y un padre español (Sergi Sánchez) con su hijo preadolescente y un perro, que buscan a su hija y hermana. De los suicidas por el Rave, nada sabemos, nada nos cuenta el guion; ni de su pasado, presente o expectativas de futuro. Son marionetas o actores secundarios, bastante feos, por cierto, que bailan y saltan: uno manco y otro cojo, dos mujeres y un tercero que ya se me ha olvidado. Eso sí, parecía que iban a la búsqueda de una espiritualidad redentora (que nunca encontrarían, porque eso solo son puros espejismos).
En el contexto geográfico por el que avanzan hay circunstancias políticas y militares extremas, pero eso tampoco nos lo cuenta Laxe (retórica objetiva para él, que solo está en lo espiritual). En realidad, la película apenas si cuenta nada más allá del azaroso y peligroso viaje, plagado de malas noticias y trampas en la realización.
Es una película muy física y sudorosa, hecha a voleo, a como salga, con una prevalencia absoluta del lado emocional (razón de su éxito, al que los críticos han calificado con grandilocuencia como hipnótica).
La vi enterita y tengo que reconocer que intrigado por lo que iba pasando, aunque fuera a tontas y a locas. A lo mejor es que la entraña del cine más auténtico tiene que ser así, visceral y primaria (e hipnótica).
Al tratarse de una película de Laxe, con la bendición de los popes almodoravinos, algo de buenismo woke tenía que haber, cómo no, pero en este caso el mensaje acababa pronto: –La guerra es mala porque mata a personas injustamente-. Ya está, fin de la parábola.
No quiero ser injusto porque la película entretiene bastante y los paisajes son bellos, fascinantes diría, sobre todo cuando se pone trágica la cosa.
Para quienes esta película ha sido una especie de revelación, ha sido para los críticos ya que, todos sin excepción, se han entregado a loarla sin reservas ni regateo de adjetivaciones grandiosas (yo debo estar en un error, seguro); a saber: «Una propuesta tan radical y honda como sorprendente, clara y arriesgada…”; “…se adueña la fascinación ante el poderío visual de lo que transmite la pantalla…”; “…una oda antisistema. (…) una película sorprendente, emocional, reflexiva y comunitaria…”; «“Sirât” es una película áspera pero hipnótica, es imposible librarse de su influjo…”; y así hasta mil, todos de acuerdo.
La Fotografía: De la película, por supuesto, hacia el final, en el que ya habían pasado muchas cosas, o no tantas, no sé. En mi casa no, simplemente la vi complacido y tumbado cómodamente en el sillón. Nada me enfadó en ella porque me entretuvo, ya que es una película que con un cierto magnetismo imprevisible. Que ya es mucho. Y como he dicho antes, tremendamente física, sobre todo por el gordo (Sergi Sánchez) que suda todo el tiempo y le pasan cosas malísimas.