COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS 101.1
“El cine es una manera de evitar la vida real”. Woody Allen
Viernes, catorce de noviembre de dos mil veinticinco
Otro fin de semana de escaso contenido (la semana no lo ha tenido, salvo chapuceos domésticos). Presidirá el silencio, que será intenso.
Permaneceré sin salir, en mi clausura. Igual que todos los demás.
Respiraré asistido por lo que dijo, hace décadas, el divino y muy viejo Woody Allen (noventa años el treinta de este mes).
A propósito de divinidades, me parece que Dioses que hayan demostrado fehacientemente su existencia (fe de vida), no hay; aunque como buen y reciente agnóstico que soy (antes fui ateo) del asunto de dioses redentores e intangibles lo dudo todo.
Vivo en la ignorancia permanente: todavía no me ha sido revelado cómo moriré. Pero, sí he recibido señales bastante claras de que viviré como un eremita.
En las tres entradas de días anteriores he escrito del suicidio que he abordado con la misma incertidumbre y desconocimiento con los que trato el asunto de los dioses: sé poco y dudo mucho. Mi aproximación ha sido desde la incertidumbre, reconociendo la complejidad y el misterio que envuelven tanto la idea de poner fin a la propia vida como la existencia de lo divino. De cualquier modo, creo que no me suicidaré nunca.
No tengo ni idea de dónde ha procedido la ocurrencia de traer aquí y ahora a Allen, lo que sí sé es que me propongo dar un repaso a su filmografía importante. ¿Y por qué? Tampoco lo sé exactamente, supongo que porque algo tendré que hacer en mis días en mi particular cenobio. Los clausurados censados, hombres y mujeres, se dedican a rezar y cantar a cualquier hora del día y de la noche, y a hacer méritos para alcanzar la vida eterna; yo, que voy de por libre, lo mismo, pero leyendo novelas, viendo películas, fotografiando y escribiendo. No me queda otra, aunque eso no me hará Santo.
Solo aspiro a la desmaterialización mediante la soledad absoluta. No sé si lo conseguiré.
He comenzado mi exploración (nuevamente) del mundo Allen con Annie Hall (1977), que vi anteayer. Una de las mejores, pero tan antigua ya que parece de otra era, cuando la posmodernidad prometía tanto, aunque él no lo fuera del todo porque estaba ahíto de idealismo, eso sí, lúcido hasta la admiración. Inventó un nuevo concepto cinematográfico: -humor existencial-, que poco a poco fue perdiendo luz y frescura y ganando en dudas y sombras.
En esta película, multipremiada, Alvy Singer (Woody Allen), un cuarentón neurótico, humorista y enamoradizo, lo hace locamente de Annie (Diane Keaton, obtuvo un Oscar por esta película), absolutamente arrebatadora y agnóstica, como yo. Ambos forman una pareja de las de antes, de las de aquella época: cultos, inquietos, visitantes asiduos de librerías y clubs nocturnos de jazz. Tienen amigos con los que debaten de política, existencialismo y progresismo. Hijos encantados y convencidos de los sesenta, se consideraban actores aventajados de un nuevo e innovador estilo de vida y revolucionarios valores. Eran ilustrados y continuadores del «stay woke» («mantente despierto»), de los años treinta (movimiento ahora tan difuso y contradictorio).
Yo me sentía como ellos en aquellos años. Ahora ya no, he cambiado mucho, especialmente por mis circunstancias: los clausurados no pensamos en el mundo o la sociedad, solo en salvarnos y hacer entretenida la soledad.
Vuelvo a la película: maravillosa comedia llena de guiños, risas, amor, felicidad consciente de su fragilidad. Gozosa e irrepetible. Ilustra la mejor época de nuestras vidas, la de la segunda mitad del siglo XX. He sentido un inmenso placer al volver a verla.
La Fotografía: La mejor pareja del mundo (Woody y Diane). Tan guapos y felices que da gusto verlos. Más tarde, el idilio se fue al garete, pero se adivina que seguirían siendo estimulantes y deliciosas personas (siguieron haciendo películas juntos). Reflexión final, en formato de chiste, en la película: “… recordé aquel viejo chiste, aquel tipo que va al psiquiatra y le dice: Doctor, mi hermano está loco, creé que es una gallina, y el doctor responde: por qué no lo mete en un manicomio; y el tipo le dice, lo haría, pero necesito los huevos, pues eso, más o menos, lo que pienso de las relaciones humanas, son totalmente irracionales y locas y absurdas, pero, continuamos manteniéndolas porque la mayoría necesitamos los huevos”. Woody Allen