La vida superflua 1
“No necesario, que está de más”. RAE
Domingo, dieciséis de noviembre de dos mil veinticinco
Día tres de este fin de semana, de mediados de mes de noviembre, mes importante en mi vida: murió mi abuela (Modesta); murió mi madre, Luisa, su hija, el mismo día 23 de noviembre, en 1979 mi abuela y en 1994 mi madre. Mi hijo, Gabriel, nació el veintiocho; y, por último, seguramente me moriré también yo, aunque todavía no sé el día y el año. No falta mucho. A veces, se dan funestas coincidencias. y felices acontecimientos, aunque menos, siempre menos.
Llevo todo el fin de semana en la más absoluta soledad. El anterior fin de semana también, y ya no recuerdo cuántos, creo que todos desde hace un tiempo del que ya apenas me acuerdo, todos los vivo así.
Mi vida y yo: ambas realidades, aunque no son lo mismo del todo, beben y se envenenan de las mismas circunstancias.
Ayer, sábado, a lo largo del día (que no fue bueno) me desesperé subiendo desde la cocina a la torre y viceversa de vez en cuando, porque al faltarme mi perrito, mis conversaciones, llenas de imprecaciones sin respuesta, solo son monólogos.
En la torre tengo grandes ventanales diáfanos, en tres de las cuatro paredes (en invierno, levanto al máximo todas las persianas), para ver el mundo; pero resulta que el mundo (mi calle) está vacío. Sí al menos pasaran personas y perros y ciclistas, sería más entretenido.
Me gusta permanecer por la noche en mi torre con las persianas alzadas y la luz encendida (en invierno), porque así me muestro al exterior y me creo la ilusión de que todavía estoy vivo.
Desde mi atalaya diviso la casa de mi vecina que está en línea con mi horizonte, a la altura de mis ojos. Mi vecina, que casi nunca sale de su casa, salvo para pasear al gandul de su perro, camina pequeñas distancias porque nuestra calle es una empinada cuesta (escaleras tiene hasta mi casa) y no les apetece el esforzado ejercicio, ni a su perro ni a ella. Ambos pasean despacio, como si no tuvieran ganas. Yo no saco a pasear a perro alguno, porque Mi Charlie se murió hace dos meses y medio (ahora en el paraíso de los perritos listos y buenos). Mi vecina y yo coincidimos poco en nuestra solitaria calle, por lo que apenas hablamos de nuestras cosas (una o dos veces al mes).
Ambos estamos jodidos, porque a los dos nos dejaron solos. En aquella época de abandonos, que coincidieron, mi vecina decía que en el matrimonio hay que aguantar hasta el final. Yo no entendía eso, y sin discutir (nunca lo hemos hecho) intentaba hacerla ver que no era así, pero ella estaba convencida. No le sirvió de nada. Ahora ya no sé lo que piensa al respecto.
Nuestras vidas, a nuestra edad (ella es diez años más joven, calculo), son superfluas en soledad; en compañía también lo serían, pero al menos paliaríamos la desagradable sensación de respirar las aborrecibles miasmas de la soledad y la incesante decadencia. Podríamos comentar la jugada de las dolencias sobrevenidas con nuestras parejas, pero no tenemos y entre vecinos no lo hacemos.
A las once y media ya no me soportaba y me acosté. Ya ni me planteo salir porque he renunciado a buscar compañía, ya que estoy comprometido con la tóxica y perniciosa soledad, de la ni siquiera me podré divorciar.
Antes de retirarme vi dos películas seguidas que no había visto, las dos primeras entregas de Mad Max, la excitante saga de aventuras y violencias sin fin en desérticas carreteras, sin fin también (asesinos y gamberros a todo ritmo).
Hoy veré la última de la trilogía, que al parecer es la mejor. Sospecho que no será así.
Decidí descansar del monográfico de Woody Allen, después de tres sesiones abrumado por su desbordante y desordenada vitalidad, permanentemente enamorado e hipersexualizado…
La Fotografía: De la apocalíptica Mad Max 2. Tras el holocausto nuclear, la gasolina se ha convertido en un bien escaso y muy codiciado. Mad Max, héroe solitario, inicia una lucha sin cuartel para ayudar a una colonia de supervivientes constantemente atacada por un grupo de violentos guerreros que intenta arrebatarle un tanque de gasolina. Max decide ayudar a los defensores del tanque…”.