COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS 103.3
“Y mis personajes, igual. Siempre tienen una crisis emocional. Los personajes que no la tienen, para mí no son interesantes, ni divertidos. No me interesa la gente habitual, me interesa la gente con problemas. Sobre todo, emocionales”. Woody Allen
Jueves, veinte de noviembre de dos mil veinticinco
Sigo con Woody, la tercera de mi particular ciclo, Manhattan (1979).
Una de las muchas razones por las que conecto con este artista total es porque habla sinceramente de lo que le pasa y siente a través de sus criaturas. Problemáticas casi siempre.
Yo, aquí, procuro hacer lo mismo, porque es lo que hay en mi vida, insuficiencias por doquier.
Hoy es el cincuenta aniversario de la muerte de Franco, y sin haber sido franquista nunca; ahora, a mi vejez, llevo un tiempo rehabilitándole políticamente; aunque solo sea porque los que abominan de él: los socialistas y demás patulea fascista-nacionalista, son los políticos más inmorales, vomitivos y despreciables que han existido en toda la historia española, mucho más allá de Fernando VII, por ejemplo. Hoy mismo la confirmación de un delito más, la sentencia condenatoria al fiscal general. Es radicalmente imposible que yo pueda estar en su mismo bando, si ellos maldicen a Franco, yo, al otro lado, por principios y coherencia moral.
Otro dato para la historia, el último: con el triunfo de la república, con fuerte presencia socialista y comunista (es decir, ineptos y manipuladores asesinos por naturaleza), en la década de los sesenta, España habría sido Bulgaria, pongo por caso; y, sin embargo, aquí, bajo el gobierno de Franco, no solo comíamos razonablemente bien (habíamos superado el hambre al que llevábamos condenados siglos), y ya teníamos hasta coche (se había empezado a construir esforzadamente las clases medias). Lamentablemente, otra cosa fue la opresión cultural y la eliminación de libertades individuales y colectivas (tuvo la misma culpa o más la iglesia católica, la policía de las conciencias); pero, a estas alturas, estoy aprendiendo que tal vez fuera un inevitable peaje, dado nuestra lamentable historia anterior, a la que contribuyó todo dios, y especialmente los republicanos.
Supongo que diciendo lo que digo, me alejo del prototipo de hombre culto y liberal, que siempre he deseado ser; pero, en todo momento y primero lo que siento y pienso; y, lo demás secundario y sometido a revisión permanente. Me traen sin cuidado las etiquetas.
No, no me olvido de Woody, que empieza con un titubeante y encantador borrador de un primer capítulo de un libro sobre NY, su ciudad del alma. A mí también me gustaría tener una ciudad así de cercana y palpitante resonando en mi corazón.
La mía, no me ha cundido tanto, salvo en lo místico, pero eso no me arrebata, por triste.
Isaac Davis (Woody Allen), es un neoyorquino de mediana edad, neurótico y enamoradizo, prepotente culturalmente y de humor caustico (monologuista), que me parece encantador y divertidísimo. Enamorado del amor, actúa casi siempre a partir de motivaciones sentimentales. En eso no puedo sentir más empatía con él. Lo tiene todo ganado conmigo.
Muestra la ciudad a través de una mirada fotografiada en un depurado y magnífico blanco y negro, contrapunteada con canciones de George Gershwin, y planos secuencia de los personajes que le acompañan, que siempre terminan siendo secundarios, salvo, en este caso, Diane Keaton, que otra vez aparece guapísima y encantadora a todas horas. De enamoramiento súbito.
Davis no puede soportar no tener una mujer a su lado, sentirse acompañado, querido, atendido y cuando le falta una (Diane, en este caso); busca desesperadamente a otra, aunque la hubiera dejado hacia un rato. Entendí bien al personaje Davis, alter ego perfecto y autentico del propio Woody, que se reproduce y renace en cada uno de sus personajes de engañosa ficción; si porque no es Davis ni ningún otro, es él mismo: detrás y delante de la cámara. Por eso le adoro.
La Fotografía: También me encantan los pequeños círculos sociales que aparecen en sus historias: no más de cuatro o cinco personas que hablan entre sí de arte, literatura, filosofía, religión, valores existenciales y del más allá (los mismos temas que me encantan); pasean, cenan, beben y sintonizan en la misma frecuencia: divertidos y desprejuiciados. Son modernos a ultranza. Si para vivir razonablemente contentos es conveniente socializar, yo elijo, sin ninguna duda réplicas exactas de las células sociales que aparece en las historias de Allen, al menos en las películas de esta época, finales de los setenta y principio de los ochenta.