COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS 101.5
“Es difícil trasladar mensajes, punto, Pero sí, es aún más difícil con la comedia… Pocos autores pueden hacer bien la comedia. Es un talento que escasea. Hay mucha más gente capaz de hacer cosas serias que comedias”. Woody Allen
Jueves, veintisiete de noviembre de dos mil veinticinco
Quinta película de Woody, de mi particular ciclo: La Rosa Púrpura del Cairo, en la que se da comedia más romanticismo, el más difícil todavía, según el propio Woody.
La idea que sostiene la historia es originalísima y encantadora: un fascinante juego entre realidad y ficción dentro de la esencia misma del cine. Un cuento de hadas que se deja ver con una sonrisa dulce y complacida.
La vi arrullado por mi reblandecido lado emocional, siempre a flor de piel (soy de los que lloran con películas románticas). No me avergüenzo de mi emotiva banalidad porque está ahí, es real y siempre presente; ni aunque me escondiera lograría eludirla; es como mi miedo, que nunca se aleja ni un palmo de mí. En el reparto de atributos de carácter no me siento especialmente compensado.
A pesar de que me acepto así, lloroso, preferiría ser otro: un tipo duro, duro, y hasta cínico sin desdeñar la crueldad si hiciera falta. La perversidad no es un mal rasgo de supervivencia.
Woody, a pesar de las risas que nos regala, es maligno a veces. Un tipo con el que hay que tener cuidado, porque cuando menos te lo esperas, te inocula, con bastante mala sombra, puro acíbar existencial.
Más allá de los asuntos amorosos, presentes en las últimas películas que he visto, especialmente en esta, que en lo formal es impecable; me interesa infinitamente más otro Allen, el escéptico y algo cínico, en las que desnuda las contradicciones humanas y pone en evidencia sombras y miserias.
Woody puede ser además de lo que parece ser, un creador de una inclemente y lúcida aspereza. Por mucho que me haga reír y sonreír, y emocionarme con historias formalmente blandas, él nunca pierde de vista la naturaleza humana, aunque sea de reojo y siempre con el vitriolo listo para rociar los bellos paisajes sentimentales.
La Fotografía: No, La Rosa Púrpura del Cairo, no es una de mis películas preferidas de Woody. La imposibilidad con la que a él a veces tanto le gusta jugar, aquí se convierte en un cuento de hadas, de preciosa y amable figuración. Amores fou, con entradas y salidas de la película a la sala y viceversa, una y otra vez. Y todas locas y maravillosas, felizmente ideadas entre un blanco y negro clásico e idealizado y un tono pastel sugestivo de un presente que se antoja difícil, pero embellecido por el amor. Todo es dinámico, jovial y amable, todo se ve con una sutil sonrisa complacida. Pero, me digo, vaya cuentecito que nos está colocando. Y es entonces cuando me acuerdo de lo mucho que me gusta, y me digo: “sí, pero es todo tan bonito”, y continuo.
En ese justo momento, me quedo dulcemente dormido. Me despierto después de unos pocos minutos y observo que los maravillosos e ingenuos protagonistas, arrebatados, siguen entrando y saliendo de la película, y amándose y soñando y me vuelven las ganas de dormirme otra vez; pero no lo hago y asisto al final de los sueños y del amor. Termina la función y la ensoñación con la realidad ganando otra vez. Apago el televisor y me voy a la cama. Dormí bien, y no, no soñé con la loca historia de amor protagonizada por Cecilia (Mia Farrow), y Tom (Jeff Daniels).