CENA RARA 9 y 5 (epílogo)
“No son las catástrofes, los asesinatos, las muertes, las enfermedades las que nos envejecen y nos matan; es la manera como los demás miran y ríen y suben las escalerillas del bus”. Virginia Woolf
Sábado, veintinueve de noviembre de dos mil veinticinco
… Una vez recuperados del bochornoso espectáculo feminista, seguimos con lo que teníamos entre manos: cenar. Acabamos poco antes de las doce. Todo duró demasiado (casi tres horas).
A esas alturas, yo me sentía agotado y asustado por los compañeros de mesa, salvo Alberto, buen tipo por ser pulcramente educado, flexible y hasta piadoso: dijo estar dispuesto a pagar él la cena de la histriónica fugada. No se lo permitimos, por supuesto.
Todo lo demás, se me hizo largo e insoportable. Caroline, francesa y bailarina, a medida que pasó la noche, se fue despeinando y sus rasgos afilándose más y más. Me asustaba. Podía imaginármela bachateando como una loca, durante horas, sin parar. Menos mal que en todo momento estuvo lejos de mi radar, por circunstancias obvias. No quiero saber nada de mujeres por debajo de la edad sexagenaria (o sí).
No sé si volveré a otra cena, y si lo hago, será porque, después, desearé ardientemente refugiarme en mi clausura dando dos vueltas de llave a la puerta y liberándome de la necesidad de tener que hablar con gentes que nada me interesan para sentir que sigo vivo y equilibrado por ser “sociable”.
No sé si volveré a otra sesión terapéutica. He comprado un abono para asistir a cuatro cenas en un mes (19,99 €). Me parece que he cometido una tontería, que al menos no me arruinará. He gastado una opción.
Probablemente acuda a una más para redondear la asistencia total a diez, y luego olvidarme del intento porque, además de poca significación, no ha existido el placer para mí (salvo algún plato bien cocinado).
Diez asistencias, a una media de cinco personas por cena, resultan nada menos que cincuenta, mitad y mitad entre hombres y mujeres. Pues bien, de los cuarenta y cinco desconocidos y luego conocidos gracias al experimento, ya no me acuerdo de nadie, a no ser que repase las entradas del diario (no lo haré).
Sí, irrelevante todo, sin paliativos.
La Fotografía: La mesa quedó recogida, con los participantes ya silenciados y amontonados en uno de los extremos de la mesa. La experiencia social por fin había terminado sin derramamiento de sangre.