18 DICIEMBRE 2025

© 2014 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2014
Localizacion
Gato muerto. Mi barrio, Toledo (España)
Soporte de imagen
-120 MM- ACROS 100 (50)
Fecha de diario
2025-12-18
Referencia
6856

Diario de un hombre Invisible: 7
“Eso era lo peor: vivir sin ganas, sin tensión, aflojarse, acurrucarse en el tiempo y dejarse mecer por la rutina de los días”. Luis Landero
Lunes, quince de diciembre de dos mil veinticinco

Otro fin de semana más, o menos (más bien esto último).
El viernes comí con Gabriel, mi hijo, en un restaurante del barrio, el mejor que tenemos, frente a la estación del AVE. Nosotros, de toda la vida, hemos sido del barrio de la estación. Aunque, curiosamente, después de tantísimos años, no sé nada del barrio ni de sus gentes (solo conozco superficialmente a dos o tres vecinos, de mi calle).
Tampoco conozco a nadie de la ciudad. Siempre que me pregunto por esta curiosa circunstancia, atónito y algo decepcionado, no sé qué responderme. Además, si esta solitaria circunstancia la hago extensivo al universo, resulta que tampoco; o, dicho de otro modo, no conozco ni me conocen en torno a ocho mil doscientos millones de personas. Debo ser el tipo más anónimo de la tierra. Dudoso honor, menos mal que nada me importa, sobre todo porque no pienso en ello, bastante tengo con reconocerme cuando me miro en el espejo, que no, que casi nunca lo hago. Me doy por supuesto.
Gabriel ha estado aquí desde el miércoles hasta el domingo, que lo llevé al aeropuerto muy de mañana. Volaba a su ciudad, Chicago. Ha sido genial que haya venido porque nos hemos visto y hemos hablado de tú a tú, solos los dos, cuatro días de los cinco que ha estado. Hemos compartido una cena y dos comidas.
El domingo salimos hacia el aeropuerto a las siete de la mañana. Pensé en quedarme en Madrid a pasar al menos la mañana del domingo, pero no me sentía especialmente animoso, más bien lo contrario; por lo que me volví a mi casa. Inconcebiblemente, para mis costumbres, a las nueve y cuarto me volví a acostar. A media mañana salí a dar mi paseo diario y a comprar comida cocinada.
La tarde la pasé como un puto zombi, en reposo, en mi torre de clausura, aplastado contra mi cheslón y en estado catatónico puro y duro. Con estados de ánimo como el que sufrí el domingo a lo largo de todo el día, recurro a un truco para controlar mi vacío y no tener que matarme: me compro una novela en audible, muy, muy entretenida, por la que pueda flotar semiinconsciente, en este caso fue La asistenta, de Freida McFadden, la primera de una absorbente trilogía de misterio e intriga truculenta, protagonizada por seres con psicopatías peligrosas y despiadadas. La oigo, bien caminando, o tumbado y me adormezco con el rumor de una trama intrincada y tensa (con muertos y todo), pero que a mí me da igual, porque me vence el sueño. Cuando me despierto, la acción ha avanzado varios capítulos; vuelvo atrás y retomo, me vuelvo a dormir y vuelvo a retomar, y así, todo el tiempo. Con una sola novela hago un clamoroso corte de manga a la depresión de ciclo corto. Ah, se me olvidaba, la novela es estupenda, intensa de principio a fin.
Por la noche vi un partido del Madrid, al mismo tiempo que sonaba en mis orejas La asistenta. Ni me enteré del partido ni de la novela. Luego, a lo largo de la noche del domingo al lunes, lo mismo. A ratos una cosa y otra. La novela terminó a mitad del paseo de hoy por la mañana. La depresión también.
La Fotografía: Una imagen de las que se me aparecen mientras la novela acompaña mi sueño, susurrante y peligrosa.

 

Pepe Fuentes ·