“Los árboles son la cosa más hermosa del mundo. Siempre me han embrujado los árboles”. Manuel Vilas
VIAJE A MÉXICO, Julio 2019
Tule y Mitla:
miércoles diecisiete, por la mañana.
“Los árboles son la cosa más hermosa del mundo. Siempre me han embrujado los árboles”. Manuel Vilas
La dinámica del viaje nos dio una pequeña tregua (nos dejaron levantarnos un poco más tarde).
A las diez de la mañana vino a recogernos al hotel un muchacho llamado Carlos, de baja estatura y semblante y actitud amable.
Nos informó de que nos llevaría a Tule, a ver un árbol de dos mil años y dimensiones descomunales, y después a Mitla, para visitar unas ruinas prehispánicas. Eso hizo.
El árbol era absolutamente soberbio, asombroso, y difícilmente comprensible, pero allí estaba, impresionante. Fotografié con trípode, una gran novedad porque no me dejaban utilizarlo en ningún enclave monumental, lo que supone una medida ya sin sentido, me parece.
Alrededor del árbol estuvimos en torno a una hora (me lo tomé con calma), asombrado y fotografiando despaciosamente.
Luego, a más de media hora en coche, Mitla. Intenté pasar al recinto arqueológico el tripié, como lo llamó el vigilante para decirme que no, claro.
No me importó porque las dichosas ruinas parecía que tenían escaso interés y, efectivamente, no lo tenían.
Lo que podría haber sido una visita de dos horas fue de una.
En el recinto había un pequeño grupo de turistas entre los que destacaba un viejito de como mínimo ochenta años que se mostraba jovial, animoso (bajó por unas escaleras imposibles a una angosta tumba bajo tierra); luego iba de un sitio a otro dando saltitos y carreritas y simulando que daba competitivos golpes de drive a una imaginaria pelota de tenis. Estaba exultante y parecía “colocado” con un imaginario “chute” de peyote para seniors.
Lamenté mucho no haber tenido la cámara a mano para fotografiar a un motorista que circulaba en paralelo a nuestro coche en una peculiar moto, con un casco que era la reproducción de una calavera.
Regresamos a Oaxaca a las dos y media. Comimos en el hotel y después salimos a callejear…
DIARIO DE LAS PALABRAS
SÍMBOLO
IV
“Una vez abolidos nuestros símbolos por la lucidez, la vida es un amargo deambular entre templos abandonados”. E. Cioran
Suelo estar de acuerdo con Cioran en casi todo, y en esta ocasión también.
Me gustaría escribir un ensayo sobre las relaciones del simbolismo y fotografía, pero no estoy capacitado; aunque siempre he intuido y a veces, en mis mejores momentos, que objeto e imagen (fotografía), no tiene necesariamente el mismo plano de lectura. Lo malo, en mi caso, es que en demasiadas ocasiones no he sido capaz de escindir esa nefasta conjunción.
“Llamar árbol a la imagen de un árbol es un error «una confusión sobre la persona», puesto que la imagen de un árbol no es ciertamente un árbol. La imagen está separada de lo que muestra. Lo que se puede ver en una imagen pintada que nos apasiona, queda sin interés si lo que se ve en la imagen se encuentra en la realidad, y también a la inversa: lo que nos agrada en la realidad no es indiferente en la imagen de esa realidad agradable, si no confundimos real y surreal, y surreal con subrreal”. René Magritte
La Fotografía: Árbol de Tule, en el estado de Oaxaca, México. Es un ahuehuete con una circunferencia de copa de aproximadamente 58 metros y una altura de 42. El diámetro del tronco es de 14,05 metros; su volumen se calcula en unos 816,829 m³, con un peso de aproximadamente 636 toneladas… La leyenda zapoteca sostiene que fue plantado hace unos 1400 años por Pechocha, un sacerdote de Ehécatle, dios del viento”. Wikipedia.
“Los símbolos no definen a las cosas; las cosas definen a los símbolos. La fotografía no define al árbol; el árbol define a la fotografía”. Wynn Bullock
A mí, nada intelectual, nunca se me había ocurrido formular como lo hace Bullock (él si era un fotógrafo intelectual), la relación de lo simbólico con la fotografía. Pero al menos en el caso de ésta supe todo el tiempo que duró la sesión de toma que era así. En realidad, siempre lo he sabido, aunque sin palabras. Me encantó rodear el árbol, una y otra vez y fotografiarlo con ganas, asombrado y encantado. Positivé, en mi despedida definitiva de mi cuarto oscuro, varias espléndidas copias en 50*60 centímetros. No soy proclive a presumir de nada, pero si me siento tremendamente satisfecho y orgulloso de haber realizado esas últimas y maravillosas copias.
LOS DÍAS 48
“Conseguir una copia satisfactoria, que contenga todo lo que pretendía captar, muy a menudo es más difícil y comprometido que la sesión fotográfica en sí misma. Al hacer fotos, sé inmediatamente cuándo he logrado la imagen que realmente quiero. Pero sacar esa imagen de la cámara al exterior es otro asunto. Hago hasta sesenta copias de una misma fotografía, y haría un centenar si eso significara la más mínima mejora, si ayudara a visualizar lo que permanece invisible, a sacar a la superficie lo que se oculta en el interior”. Richard Avedon
Jueves, uno de agosto de dos mil veinticuatro
Son las once y media de la mañana y acabo de llegar a mi casa. He desplegado los útiles de escribir en mi mesa-patinete, que tan solo es un portátil; me he preguntado ¿de qué escribirás hoy para pasado mañana? Y entonces un silencio atronador cubrió el patio, contrapunteado por el ensordecedor canto de las chicharras, muchas. En Alexa seleccioné música clásica. Ya éramos tres emitiendo sonidos: yo, el del silencio, Alexa, un lied barroco y las chicharras, lo suyo, lo de siempre. El calor ya había alcanzado el punto próximo al desagrado, o, mejor dicho, al riesgo de golpe de calor (no sé muy bien en qué consiste, pero creo que te puede matar). El pasado martes, a las doce tuve que parar y tumbarme en una habitación fresca, a oscuras hasta que se me pasó el sofoco. Hoy espero aguantar.
Por la mañana he hecho cuatro recados, a saber: comprar un producto de pintura para el barro de mi fachada (ha sido caro pero creo que he acertado con el producto); he llevado un zapato a arreglar y el zapatero, al que no conocía, muy pequeñito y de rostro breve y avejentado ha intentado que charláramos, pero a mí esa posibilidad no me interesaba y me he ido a toda prisa antes de que me contara un chiste; luego, a un establecimiento de marquetería donde me enmarcan las fotos que ya no hago, pero antes sí, y como son amigos me he entretenido en hablar un rato con la dueña (quiero enmarcar dos cuadrípticos que serán los últimos); y por último a Zara a comprarme camisetas (5). Hacía tiempo que no iba a esa tienda de ropa, tan famosa y universal, y he observado un cambio de estilo notorio ya que los diseños tienen hechuras más atrevidas, los colores se habían intensificado y los tejidos se habían texturizado. Los precios, contenidos. Como siempre me ha pasado la mirada se me ha ido a diseños muy informales, muy de jóvenes, pero claro, me lo he pensado y me he dicho: por ahí no vas bien, una cosa es la informalidad a tu edad y otro convertirte en un espectáculo viviente por el que no te van a pagar. En cuanto a las camisetas, pues eso camisetas para cualquier edad. Quizá sean las últimas porque a mí las camisetas me duran mucho.
Ahora ya, casi todo es lo último.
Nada más ponerme a escribir he recibido una llamada de mi hermano de ficción y cariño (una hora de conversación); y luego la de mi otro amigo, de hace más de cuarenta años (otra hora de conversación). Ya no me ha quedado tiempo de trabajo.
He seguido por la tarde, bajo la amenaza del dichoso golpe de calor.
Y sigo buscando novia, que sería la última, también. Por cierto, y a propósito de eso, a lo mejor cuento la última batallita librada en ese campo. Si esto es un diario de lo que me pasa, debería hacerlo, aunque me dé un poco de vergüenza. Ya veré, porque, a fin de cuentas, este diario es también un manifiesto de libertad personal (escribo lo que me parece bien y silencio lo que no me parece tan bien).
La Fotografía: Esta es una de las fotografías que compondrá el cuadríptico que he llevado a enmarcar, del mismo y majestuoso árbol, en Tule, México. La copia es en papel baritado multigrado de Ilford, con baño al selenio (46,5 x 58,2 cm). Ni mucho menos mis copias tenían el nivel de exigencia de Avendon; eso sí repetía bastante y en una sesión de copiado de varias horas podía llegar a hacer hasta diez copias, si partía de negativos homogéneos, como fue el caso del árbol de Tule. Fue la última copia que realicé en mi -cuarto oscuro- en 2020. A partir de ese momento no he vuelto a revelar un negativo ni a copiar una fotografía en mi maravillosa ampliadora Beseler 23 CII, que conservo, así como todas mis Mamiyas RB67 de 120 mm; y las Canon de 35 mm. Y todos los objetivos, por supuesto. No creo que los venda nunca (que lo tiren todo mis herederos y que recaiga sobre su conciencia).