El alma de la India: las recónditas calles, umbrosas, de infinitas posibilidades para imaginar y hasta para fotografiar…
LA INDIA QUE YO VI (1.4). A pesar de estas consideraciones, y en cuanto a la India, aún sabiendo que apenas tendría oportunidades de montar mis propios relatos, me dije que mejor ir que no. Y fue una gran decisión, porque la mera visión de ese remoto lugar fue muy gozosa. Volvería, sin dudarlo, mañana mismo. Los principios narrativos de orden documentalista, luego peligrosamente aburridos, también los llevé resignadamente en mi pesada maleta. Fotografié mucho, pero claro, sin salir de la ruta previamente establecida, sobre la que, por falta de información y ganas, apenas cambiamos una coma…
LA INDIA QUE YO VI (1.1). En agosto estuve en India, quince días. Fue un recorrido por la ruta turística del norte, por ciudades como Varanasi, Jaipur, Udaipur, Delhi, Jodhpur, Agra, Fathepur; en fin, lo que hacen los turistas perezosos y asustados. No obstante, llevé conmigo mi compulsivo deseo de fotografiar o, lo que es lo mismo, mi pesada maleta con mis viejas cámaras y más de cien rollos. Hasta con trípode cargué (que no utilicé ni una sola vez). Mi entusiasta disposición, o tal vez lo contrario (indiferencia y desgana), era que da igual por dónde camine el fotógrafo, porque si tiene el espíritu presto y la mirada afilada, encontrará motivos suficientes para proyectar su alma en lo que vea y que al menos le sirva a él, como es mi caso…
LA CIUDAD MELANCÓLICA IV (o donde habitan los dioses de la paz eterna). A medida que avanzamos, las calles fueron estrechándose hacia una contemplativa e íntima oscuridad. Calles donde habitaban animales, gentes y dioses, todos dándose aliento y consuelo. Lo que veía me resultaba lejano pero cercano. Me sentía bien caminando por esas calles, intuía que nada me era ajeno. Hasta un fotógrafo se anunciaba en un viejo y olvidado cartel. Qué tipo de fotografías se harían en Rajesh Studio, además de que fueran en color? Era imposible saberlo…
LA INDIA QUE YO VI (1.3). En un viaje, sea completamente autónomo, o tutelado como en este caso, es preciso contar con el tiempo suficiente para poder parar y mirar y hacer. Aunque solo sea un poco, como fue en esta ocasión. El dominio del tempo fotográfico resultó imposible ya que, a pesar de haber pactado que nosotros éramos sus dueños, había una persona ajena que nos acompañaba y que había llevado consigo su propio sentido del ritmo y, por si fuera poca la anomalía, su propio plan de trabajo o actividades, lo que él consideraba, supongo, ganarse el sueldo. No obstante, no fue mal del todo, porque era hombre tranquilo que hizo gala de una gran paciencia con nuestras paradas aparentemente intranscendentes…