"Pienso que si Dios existiera, existiría para otro…" Peter Handke
Comienza Octubre. Otoño ya. Uno más y casi lo noto como las bestias del Fin del Mundo, de Haruki Murakami. Ellas transmutan poco a poco hacia una tonalidad blanca. Después, sus cuerpos, en las heladas noches de invierno, quedan cubiertos por la nieve. El frío insoportable las va matando poco a poco. Duermen, y al amanecer ya no despiertan. Los corazones inocentes que han ido absorbiendo sin querer, pervivirán adormecidos e indescifrables, para siempre, en sus cráneos desnudos, lo único que el inescrutable guardián salva de la incineración de sus cuerpos. No sé cómo construiré el diario de Octubre. Otoño ya. Llevo un par de horas pensando cómo hacerlo. No se me ocurre nada. Alargo la mano hacia un montón de libros que mantengo a mi alcance, en la mesa grande del estudio, y cojo Catedral, de Raymond Carver. Leo, al azar, un relato, La casa de Chef. Siento un vértigo parecido al de Wes, cuando al día siguiente, de cualquier día de su ocaso, no sabe qué hará con su vida. No sé por qué, cuando cierro el libro, intuyo como quiero que sea el diario de Octubre. Otoño ya. Probablemente es gracias a Carver. Pienso en que aparezcan arbitrariamente más fotografías del VIAJE. Cuento las que me quedan entre las elegidas, una vez separadas las que han aparecido en Septiembre (en el diario jamás se repite una fotografía), y son nada menos que noventa, más o menos (la elección siempre es mudable, como cualquier otra decisión de la vida). Un ligera sonrisa aflora a mi ánimo (tal vez de satisfacción, o quizá de escepticismo, no sé). Ha sido un viaje muy prolífico, sin duda…
DIGRESIÓN OCHO. Los años del miedo. Juan Eslava Galán. (2008). Ebook. Editorial Planeta. “Acabaron los días fáciles y frívolos en que solo se vivía para el presente”. Francisco Franco (19 de mayo de 1939). Ensayo histórico que arranca nada mas terminar la guerra y llega hasta el fin de las cartillas de racionamiento (1952). Trata del hambre, sobre todo, pero también de todo tipo de carencias, de la crueldad, de la miseria, de la indigencia intelectual y cultural a la que se sometió a todo un país. De la humillación de un pueblo y de la aniquilación de unos valores incuestionables como son la ley y la democracia. De la tristísima y oscura manipulación a través de la odiosa represión religiosa. Del insoportable mal gusto impuesto por unos gobernantes fanatizados y nada ilustrados (había cuatro militares en el gobierno). Del miedo que consiguió inocular el sistema a todo un país, a millones de ciudadanos. No solo fue cosa del Gran Dictador (Franquito), sino de los cientos de miles de pequeños dictadorzuelos que actuaron como agentes del sistema, en todos los ámbitos. Uno de los aspectos más terribles de las dictaduras es que se produce una infección transmitida por agentes patógenos que invaden todos los tejidos de la sociedad. Los que ocuparon el poder absoluto, los militares, no fueron los peores porque, aunque tenían las armas y asustaban mucho, estaban ensimismados y acuartelados. Fueron infinitamente peores los políticos y la tela de araña tejida por los innumerables funcionarios del régimen que contaminaron la estructura social a base de corrupción, autoritarismo y miedo. También todos los paniaguados del sistema, pequeños defraudadores, estraperlistas, chivatos, insignificantes miserables que crearon una red de relaciones contaminadas y falaces. Pero ningún colectivo fue comparable en retorcida maldad y capacidad de manipulación al clero y toda su jerarquía. Actuaron en la cultura, en la enseñanza, en la ética y moral social. Inocularon en la conciencia de todo el país el miedo, la culpa, el conformismo, el ciego acatamiento al absurdo, la ruindad, la delación. Extirparon brutalmente a todos cualquier sentido de libertad. Bien es verdad que, por encima de su vocación de sicarios morales en nombre de unos dogmas inauditos, absurdos, estuvo la diabólica astucia de adherirse al mando del Pequeño Gran Dictador (Franquito es un cuquito que solo piensa en lo suyito. General Sanjurjo). Este, a su vez, los utilizó como supremos e hiperactivos agentes a tiempo completo, mientras él se dedicaba a cazar, pescar o a no hacer nada. Me estoy dejando llevar por la rabia y me estoy olvidando de la razón de esta reseña, el tremendo placer que he sentido leyendo ávidamente la amenísima obra de Eslava: bien documentada y una magnífica estructura literaria con personajes que van referenciando, con sus biografías, el discurrir de los hechos en los poco más de diez años que abarca la obra. Novela-ensayo necesaria, vertiginosa, dinámica, entretenida, siempre interesante e impregnada toda ella de un demoledor sentido del humor. La obra acaba poco antes de que yo naciera (todavía no me habían engendrado, aunque mis padres ya tuvieran pensada la innecesaria y nefasta operación). Nací tan solo un año después de que formalmente terminara la era del hambre…
«No tengo enemigo mayor que mi propio cuerpo»
San Francisco de Asís.
Por qué la cultura judeocristiana se empeña en condenar al cuerpo?