Dentro de un hombre habia otro hombre, y otro, y otro…
Once de Marzo, otra vez. –Tienes que salir a la calle, por ahí, a cualquier sitio, a mirar por los agujeros de la realidad a ver qué te encuentras-. Me propongo; pero no, no me sale. Debo estar deprimido, aunque me resista a reconocerlo. Uno de los impedimentos es que casi todo pasa por los demás; sin los otros, uno es menos, mucho menos. Eso creo. Pero yo a los demás, a los otros, ya no los soporto. Me fatigan y atemorizan hasta el pánico. Me paralizan sin solución. Siento que para hacer algunas cosas de las que sería capaz tendría que acercarme a ellos, y relacionarme, y ser simpático, y propositivo, decirles que tengo algo que hacer y que en ese algo podría ser interesante que participaran porque también podría tener interés para ellos; porque las relaciones solo las concibo bajo el presupuesto del intercambio, como no puede ser de otro modo; pero no, no lo hago, es que no creo que lo consiguiera. Por eso permanezco quieto. Y un pelín deprimido.
SIETE DE JUNIO (de este año): no me he levantado ni temprano ni tarde (no es empezar bien el día), he cogido las cámaras y me he acercado a «la innombrable». A este otro cámara (por cuenta ajena), que se ha levantado antes (seguro), le ha tocado actuar y debe llevar un buen rato a vueltas con su «asunto». En fin, supongo que, enmarcado por tan suntuosos tapices, manejando una también suntuosa cámara, algo elevado sobre el nivel del suelo y, además, con unos auriculares por los que recibe indicaciones de lo más alto (imagino), debe ser consciente de la indudable importancia del lugar que ocupa en el mundo. Hoy, una vez más, se parecerá un poco a Dios, acercará su mirada, lo que él ve, a otras personas, muchas, que estarán en otro sitio, en tiempo real. No le pregunté.