"Quisiera llegar a ser tan viejo que la idea de todo lo que no he vivido dejara de torturarme". Elías Canetti.
Continuación de la información de ayer; que no recuerdo de dónde obtuve: «Como hace cuatro años, cuando realizó en el Palais de Tokio de París una performance con Marina Abramovic, otra artista que usa su cuerpo como materia prima de sus acciones. Los dos se enfrentaron durante cuatro horas en una cápsula de vidrio en la que, primero protegidos por una armadura de metal diseñada por Fabre y luego desnudos, practicaron el culto al sacrificio y al perdón, hiriéndose mutuamente con armas de metal y comunicándose con el público mediante mensajes escritos con su propia sangre. «Para mí, una performance es una perforación en mí mismo en la que me hago preguntas y aterrorizo mi mente y mi alma de forma poética», indica (Fabre).
No sé, no sé…a mí, lo de herir el propio cuerpo me parece una salvajada estúpida e innecesaria, que no creo que aporte nada a nadie. Esta fotografía, por ejemplo, es la máxima proximidad a un objeto punzante que yo he conseguido en nombre del «arte» y, como se puede ver, no me supuso ni el más leve sufrimiento físico. Claro, a lo mejor es por eso por lo que no me llaman del Palais de Tokio de París. De cualquier forma, echo de menos, como gesto auténticamente artístico, que hubieran llevado su acto hasta el final: a muerte, y no a primera sangre (que es una memez pusilánime y cobarde). Sin duda, como artista, prefiero mil veces a Yukio Mishima.
«Yo prefiero beber solo. Un escritor no se debe más que a su escritura…El mejor lector y el mejor humano son los que me recompensan con su ausencia». Charles Bukowski
…Estos días de confidencias para el diario me están saliendo muy bonitos. Durante gran parte de mi vida (toda, hasta hace un rato, que se vino a vivir conmigo la suerte), he vivido en permanente conflicto: no me gustaba casi nada de lo que hacía y me pasaba y, sobre todo, me sentía tremendamente decepcionado con la escasísima respuesta y atención que obtenía de los demás. Ahora mejoro diariamente en eso. Cada día un poquito mejor y mejor y mejor. Sí, porque al no ir a ningún sitio en especial, me paro a ver el paisaje y encamino mis pasos a golpe de capricho o intuición. Ah, y los demás, si me hacen caso bien, y si no que les den. ¡Qué suerte tengo, es más, convive conmigo, es la mía, la mejor! Quizá la vida que llevamos (la suerte y yo) es un poco tontorrona, pero bueno, es la celebración que me ofrezco y que dedico a todos los que son como yo, es decir, personas anónimas y sin éxito que intentamos ensanchar y colorear un poquito nuestras vidas…
Y ESTO TAMPOCO (Digresión). Desde hace unas noches, bastantes, a la hora Zen televisiva (21 horas) nos situamos frente a la pantalla a ver OZ, espléndida y despiadada serie carcelaria de HBO (1997-2003). Seis temporadas y cincuenta y seis episodios, nada menos. Cincuenta y seis horas dedicadas a una historia son demasiadas, tantas como los numerosos protagonistas, fijos y eventuales, que articulan la serie. Los eventuales son los que mueren enseguida, y son muchos. El guión, la realización e interpretaciones son espléndidas, irreprochables en verismo y tensión dramática, o más bien trágica. La fragilidad y perversión de la naturaleza humana que los autores nos colocan delante, en la mesa de disección de almas, voluntades y destinos, son de una crudeza difícil de soportar. Desde la desesperación, el pánico y los instintos, la naturaleza humana puede alcanzar cotas de degradación inimaginables, pero creíbles y entendibles, al menos en esta desoladora historia. A pesar de que todas las noches me enfado un poco con Naty, entusiasta de esta serie (aunque luego diga que no le gustan las historias de terror, y está va más allá del puro terror), por el excesivo tiempo que dedicamos a la terrorífica serie, es absolutamente recomendable: de lo mejor que hemos visto nunca en series. Claro, la foto de hoy es una jodida broma comparada con el escozor que provoca la brutal OZ.
Empecé este mes con Bierce y también lo terminaré con su Diccionario del diablo:
DESENCANTAR. Liberar el alma de las cadenas de la ilusión para que el látigo de la verdad pueda hacerla sangrar en más lugares.
A medida que me iba adentrando en los días notaba que el desaliento crecía; menos mal que los pinchazos del malestar no me provocaron hemorragias porque los trato con una mezcla, a partes iguales, de indiferencia, sentido común (viene a ser lo mismo), olvido y aburridas excursiones al campo.