Espacios donde se citaban el silencio y la desfallecida belleza…
LAS COSAS COTIDIANAS. El cuarto oscuro III. El caso es que lo hago (copiar) y, puesto a buscar un sentido, desesperado para no enloquecer, me pongo estupendo y me digo algo así como: –las copias son las que completan y dan sentido a las fotografías realizadas analógicamente; sin ellas, el proceso está inacabado, algo así como transcribir un poema, una composición musical, esculpir una piedra o pintar un cuadro. Sin el proceso de materializar mediante una copia una fotografía, ésta solo será una posibilidad, generalmente virtual, solo eso-. Por otro lado, si no tengo in mente el copiado final en el momento de fotografiar, el hacerlo sería prescindible. Eso no quiere decir que copie todo ni mucho menos, todo lo contrario, copio muy poco; pero es condición sine qua non la previsualización en papel. Concebirlo con esa exigencia es imprescindible para no alejarme definitivamente de la fotografía. Es importante para mí dotar al hecho fotográfico de una materialidad artesanal; me permite sentir que he conseguido culminar el proceso de realización analógico de una fotografía…
Datos de copiado de la fotografía de hoy:
Formato negativo: 120 mm (Rollei Superpan 200)
Ampliadora: Beseler 23 CII (objetivo, Componon 100 mm)
Papel: Ilford Multigrade FB (Baritado)- Brillante
Tamaño: 18*23 cm
Grado de filtro: 4
Tiempo de exposición: 15”
Reveladores: Centabrom y Eukobrom (combinados por ese orden)
Fijador: Tetenal (dos baños)
Eliminador de Hipo: fórmula propia
Virador: Selenio (Kodak o Ilford)
Secado y planchado
Copias realizadas: 2
Destino: caja de cartón en un mueble ad hoc
Tiempo de guardado en la caja: inespecífico (seguramente hasta mi muerte, momento en el que terminará en un contenedor de basura urbano)
…El deseo ha volado,
Dejando sólo un rastro de perfume tras de sí,
Y de los que amábamos son muchos los que se han ido,
Y no nos llega ninguna voz del espacio exterior, de los pliegues
Del polvo y las alfombras de viento para decirnos que
Así es como tenía que ocurrir, y que si supiéramos
Cuánto tiempo han de durar las ruinas, nunca nos quejaríamos.
Mark Strand (traducción Dámaso López García)
EL CUENTECITO DEL OCHO DE SEPTIEMBRE. Prólogo: a las doce cuarenta, exactamente, el insensato individuo que soy, caminaba por la ciudad hacia una dirección concreta, cargado con mis voluminosos e insoportablemente pesados bártulos: dos maletas de ruedas, pesadas, de las que tiraba con cada una de las manos: en una, el equipo de fotográfico (cámara y objetivos); en la otra, dos flashes Elinchrom. Colgada del hombro, la batería de campaña, bastante pesada también y una gran bolsa con atrezo (por si acaso); en el otro hombro dos fundas de trípodes, con tres, uno para la cámara y los otros dos para los flashes. Y, por si fuera poco, Charlie atado a una correa y ésta prendida de alguna parte del hombre bulto que caminaba penosamente dando traspiés. ¡¡¡Hay que joderse!!! Quinientos metros después llegué donde pretendía, no sin antes parar muchas veces para recoger la carga que me resbalaba por el cuerpo hasta el suelo, o para equilibrarla y así poder seguir caminando. Más que un tipo que fotografía desesperadamente parecía una especie de «colgado» que hace cosas muy raras, de maniático. Creo que, de seguir así, tendré que robar un carro de supermercado y llevarlo todo ahí, como los mendigos de las pelis. Voy bien encaminado porque el perrito ya lo tengo, la inclinación también y tan solo me falta el dichoso carro, pero cualquier día de estos lo mango y en paz. Del lamentable espectáculo de frikismo que ofrecía no tengo imagen, así que, al buen tuntún, incorporo una de las que hice después…
Íbamos pasando a través de las habitaciones vacías y en penumbra de la Catedral. En un rincón, olvidada y apenas visible, estaba esta cabeza de león. Era uno de mis iconos esperándome en la sombra.