"Pero la forma viene desde dentro: desde la cabeza o desde el corazón." George Rodger
Por muy complicado que sea un negativo, en el copiado, siempre hay un punto de equilibrio donde los tonos se colocan en sintonía unos con otros, todo está en su sitio. No es fácil de conseguir, y esta foto no es un ejemplo perfecto, aunque casi.
Llevo más de dos años intentando colocar esta fotografía y este texto en el diario, pero nunca encuentro hueco; así que ya está bien, ahí van, venga a cuento o no:
«Fue un tiempo ESTUPIDO y, aunque esta fotografía no me lo parece sino todo lo contrario, es la prueba, dudosa tal vez, de que las imágenes que ves dependen del estado de tu vida en ese momento».
Pasé por la calle por la mañana, intuí algo especial en esa pared. Tuve que volver por la tarde, no me podía ir sin fotografiarla.
Era un día soleado sin sustancia. Cuando me cansé de conducir, paré y me bajé del coche; miré alrededor y, a primera vista, el entorno no me atrajo en absoluto: el único interés aparente es que estaba bastante lejos de mis paisajes diarios, que me tienen hastiado. Bueno, –daré una vuelta- me dije. Poco a poco, empezó a interesarme y a inquietarme lo que veía (o al menos miraba con insistencia).
MEMORIA ESCOLAR Mi segundo colegio años. En este edificio sombrío, en una clase donde habitaba el silencio, los alumnos éramos siluetas sin contornos. No teníamos nombre. El profesor era un tipo viejo, cojo, católico, excombatiente y siniestro. Se llamaba D. Luis. A veces leía un libro de texto, sin preocuparle demasiado si le escuchábamos o no. Nos pellizcaba en la entrepierna y golpeaba nuestras cabezas con un mechero metálico.
…Decidí seguir viaje. Cuando me acercaba al coche, desde una cierta distancia, vi que un coche de la guardia civil paraba cerca del mío. Me dije: -ya han llegado mis perseguidores habituales-. Decidí hacerles esperar un poco, así que giré perpendicularmente y volví a adentrarme en el pueblo. Me acordé de una fotografía que no había hecho y me dirigí a realizarla (es ésta). Volví lentamente, parándome ante cualquier cosa que me llamaba la atención, que no eran muchas, para tardar un poco más. Por fin, después de un buen rato, opté por acercarme a mi coche a ver que me decían los guardias. Pensé que a los del pueblo no les había causado buena impresión y habían dado la voz de alarma: ¡¡¡atención, un merodeador ha pasado tres veces por la misma calle!!! Decidieron esperarme al lado de mi coche para detenerme cuando cargara el botín. Imaginé. Pasé por delante del suyo y mirando de reojo comprobé que eran dos mujeres. Cuando abría el maletero se acercaron y sin salir de su coche me preguntaron: ¿es suyo ese coche? Sí, les contesté. ¿Está haciendo turismo? Sí, les volví a decir. Le preguntamos porque nos ha llamado la atención, ya que no era de nadie de por aquí. Claro (tercer monosílabo de respuesta). Mientras permanecí frente a ellas comprobé que físicamente no me gustaban, no eran mi tipo (siempre me lo pregunto cuando trato con mujeres) Debí eliminar sospechas porque decidieron largarse sin más preguntas –Qué tenga un buen día -se despidieron, cortésmente- Igualmente, dije. Supuse que se iban contentas, por no tener que asumir la desagradable tarea de detenerme. Yo me quedé igual, ni una cosa ni otra. El día que por fin decida dar el paso a la delincuencia, me detendrán nada más salir de mi casa hacia el trabajo. Seguro. No tendré ninguna oportunidad. ¡Qué gente, por dios!…