"Todo lo que sucede hay razón para que acontezca". Marco Aurelio
DIGRESIÓN OCHO: El hijo de César, de John Williams. Pues sí, lo afirmo sin reservas ni dudas: Williams será a partir de ahora uno de los autores mayores de mi vida. En estas últimas semanas me he dedicado a este nuevo autor para mí y ha sido un gozo. Es una lástima que no pueda esperar más novelas suyas porque murió en 1994. Qué sería de mí sin la literatura. Puedo vivir sin fotografía, sin arte plástico también, e incluso sin cine, y, en el colmo de la miseria, casi sin música; pero nunca podría renunciar a la literatura. Augustus (1973), su última nóvela, es un desarrollo epistolar entre los personajes significativos y significados del periodo histórico que comprende desde la muerte de Julio César a la de Cayo Octavio César Augusto, sobrino nieto y sucesor como emperador. A priori puede parecer un planteamiento pesado dada la distancia en el tiempo y en el lenguaje; pero nada de eso, sencillamente porque el estilo literario que despliega es atemporal, o mejor, actual. Dice en el prólogo: «Salvo contadas excepciones, los documentos que integran esta novela son invención propia: he parafraseado parte de las cartas de Cicerón…Sin embargo, las verdades que esta obra contiene no son tanto verdades de la historia como verdades de la ficción. Estaré muy agradecido a los lectores que la interpreten con arreglo a lo que pretender ser: el fruto de la imaginación». Pues bien, el resultado de su genial aproximación a la Roma imperial es, sin duda, apasionante. La originalísima estructura y mezcla de tiempo, acción y personajes contiene una urdimbre literaria brillante, emocionante y al mismo tiempo con un indudable trasfondo histórico verosímil. Consigue crear tensión en el desarrollo de hechos ya míticos, con el relato de los entresijos y sombras del ejercicio del poder y con la indagación psicológica y motivación de los personajes. Tampoco se olvida de los artistas y poetas contemporáneos a Octavio: Virgilio, Horacio, Ovidio, Cicerón, Mecenas y todo ello con una prosa ágil, precisa, bellísima y siempre fascinante. Literariamente perfecta.
No me resisto a hablar de otro gran artista del siglo XXI: Ratzinger (que también me mata). El ocho de febrero de este año apareció una noticia en los medios que decía lo siguiente: «el papa (Ratzinger) ha asegurado que el infierno existe, es eterno y no está vacío». Debe ser cierto, sin duda; él cobra mucho por esas performances y no creo que sea un vulgar estafador. Una más: en este caso se trata de un tipo australiano que se llama Sterlac, que hace «body art» y, que en cierto modo, se parece a Ratzinger (que tiene línea directa con Dios); entre los dos podrían montar un negocio de diseño a la carta de nuevos humanos. El tal Sterlac ya ha empezado implantándose una oreja en un brazo. El mismo dice: «me centro en la búsqueda de nuevas arquitecturas anatómicas». Además, el asunto de la oreja en el codo, no es un brindis al sol, sino algo serio: le pondrá un micrófono que emitirá vía internet. Si se asocia con Ratzinger quizá encuentren la manera de hacerlo por vía espiritual o telepática. Este mundo empieza a ser estruendosamente divertido, o estúpido; no sé. Lástima que no tenga fotografías que ilustren estos prodigios, pero sí al menos un bajorrelieve, en Orvieto, del infierno (algo es algo).