"La fe salva, por tanto miente". F. Nietzsche
DIGRESIÓN SIETE. Elephant. EE.UU. (2003). Guión y dirección: Gus Van Sant. Intérpretes: Alex Frost, Eric Deulen, John Robinson, Elias McConnell, Jordan Taylor, Nicole George, Alicia Miles. Recreación de la matanza perpetrada por dos adolescentes en el instituto Columbine (20.04.1999). Quince muertos y veinticuatro heridos. Película de culto, al parecer (no lo sabía). Lo que sucedió en ese instituto es una deriva, una consecuencia, una horrorosa perversión de una sociedad rica o, al menos, muy desahogada, Van Sant lo cuenta, con todo lujo de detalles, como si de un implacable cirujano social se tratara. Crea una tupida y virtuosa tela de araña con suficientes personajes en un espacio-tiempo que remite al perfil de los adolescentes alumnos, a la génesis de los hechos y a la masacre misma. Con un estilo narrativo que bien podría parecer un meticuloso informe sociológico, o tal vez policial, utiliza la cámara como si de una escalpelo se tratara. Los adolescentes, en su papel; los adultos, en el suyo; el sistema americano (compran las armas online), también. Todo está dispuesto. Y qué. Pues nada, que es lo que hay en este mundo. No se trata exclusivamente de que estas atrocidades ocurran porque los niños ricos se traumen (que sí) porque hay niños pobres que pertenecen y actúan en el Daesh o en Boko Haram. No, no es solo cuestión de circunstancias sociopolíticas, que también, sino de que la naturaleza humana tiene inoculados determinados instintos incontrolables. Es el precio por vivir todos juntos en un planeta perdido en el espacio infinito entre miles de millones de planetas, sin ningún Dios que regule el tráfico. Compensa? Claro, no tenemos mejor alternativa. Sálvese quien pueda. Yo sufrí un constante acoso escolar durante años (especialmente por parte de adultos). No maté a nadie, aunque probablemente ganas no me faltaran (ya no me acuerdo); lo que no sé es si lo hubiera hecho si mis padres hubieran sido ricos y hubiera podido comprar armas por internet. No lo creo pero, la única y casi fútil diferencia, probablemente, es que soy un cobarde. Solo eso. Por supuesto que no tengo fotografía para el día de hoy, no he frecuentado un ambiente parecido al de la película (aunque mis nietas serán alumnas en un instituto exactamente igual, no dentro de mucho), así que traigo a colación esta otra de adolescentes también (aparentemente domesticados) que seguro que jamás matarán a nadie, pero que harán otras cosas, nada buenas, seguramente. Lo único que quiero decir es que el hacer o no, o el matar o no, solo depende de unas poquitas circunstancias que confluyen en un mismo espacio-tiempo (breve). Quizá, también, una cierta alineación de planetas, aunque eso no lo sé muy bien. Ah, se me olvidaba, a medida que veía la película iba situándome en mis mismas circunstancias a la misma edad que los protagonistas y el resultado era, indefectiblemente, que esos críos y yo vivimos en planetas distintos, aunque yo también sintiera el mismo malestar por los mismos motivos (persecución y rechazo). Lo que evidentemente descalifica a los jovenzuelos asesinos, aparte de matar, naturalmente, es que no tuvieron la paciencia de cargarse de razón, porque si hubieran esperado a los sesenta, por ejemplo, sus razones se habrían multiplicado por mil, por lo menos. Todo habría tenido algo más de sentido entonces. En cuanto al encaje de orfebrería cinematográfica que levanta Gus Van Sant es, sencillamente, inteligente, brillante, genial. Cine en estado puro.
Crónica de los Lunes IX: demasiados lunes sin crónica. Es el efecto reflejo de demasiados fines de semana sin que ocurra nada reseñable. De cualquier forma, aunque no se haga nada en especial, como por ejemplo mirar abstraídamente la pared de enfrente durante horas y horas, eso ya es algo, y por supuesto susceptible de convertirlo en un escrito fabuloso, probablemente soso, si lo que se pretende es relatar hechos sucedidos (más o menos), pero a fin de cuentas todo se puede (y se debe) contar: -no les hacemos demasiado caso y ellos a nosotros tampoco-;-cenamos estupendamente el menú que nos preparó nuestra amiga T.: revuelto de guindillas de Navarra, revuelto de morcilla de León, carne en salsa y dos estupendos vinos de Rioja. Mientras, un equipo de futbol integrado por jugadores blancos se enfrentaba a uno de jugadores negros. Ganaron los blancos en el último instante. El resultado nos dejó indiferentes-;-nuestro amigo A., fabuló, con mucho éxito por cierto, con lo que podría pasarles en un viaje que tienen previsto realizar al sur: una gasolinera BP en una zona despoblada, de noche, perdidos, abandonados a su suerte, sin coche y sin saber cómo llegar donde pretenden ir. Los oyentes fuimos añadiendo circunstancias inquietantes como un secuestro; un autobús que les llevaría a Murcia; alguien que finalmente les ayudaría pero que les abandonaría desnudos en un descampado-;-el pie izquierdo mejora sensiblemente, pero mi resistencia al cansancio empeora gravemente, sobre todo cuando camino por los mismos y sabidos trechos de mi temblequeante carácter -;-la chica de cara joven y cuerpo no tan joven acertó mi edad con una desviación a mi favor de siete años, que a mí me dio pereza corregir; no obstante todo siguió igual.
DEVOCIÓN. Meloso tipo de aberración mental, que obedece a etiologías diversas. En el amor, es producido por un exceso de sangre; en religión, por la dispepsia crónica. Ambrose Bierce
DIGRESIÓN DOS. Grâce à Dieu (Gracias a Dios) Francia (2018). Guion y dirección: François Ozon. Intérpretes: Melvil Poupaud, Denis Menochet, Swann Arlaud, Eric Caravaca, François Marthouret, Bernard Verley. Siempre espero con ganas una película de Ozon. Me interesan sus historias; aunque en este diario solo haya escrito sobre Frantz (2016), he visto algunas más. Gracias a Dios, no está entre sus mejores películas, desde luego, pero, a pesar de todo, la repugnante historia está contada con pulcritud y una sobria honestidad digna del mayor encomio. Ozon, basándose en unos testimonios reales nauseabundos sobre la pederastia en el entorno del clero católico, hace una radiografía inclemente del comportamiento de la curia, desde un corrupto e indulgente cardenal hasta el hediondo cura que abusa de cientos de niños a lo largo de más de diez años. Quizá, nada de eso habría sido posible sin la complicidad y la cobardía de los feligreses que arroparon y apoyaron a semejantes degenerados. Esta inconcebible situación, quizá podría explicarse mejor treinta años antes, cuando los niños éramos carne a mancillar y abusar mediante unos sistemáticos malos tratos, en colegios infames donde se nos humillaba con castigos próximos a la tortura, pero no en los años noventa, cuando sucede el caso tratado por Ozon, en el Lyon de la civilizada Francia. Puede que la deformidad patológica de tantos y tantos curas, es decir, católicos que han llevado su creencia demasiado lejos, proceda del nefasto San Pablo, un neurótico obsesivo, terrible ideólogo del cristianismo (una secta de éxito), que rechazaba visceralmente el sexo. Muy probablemente, sin esta figura, ahora no existiría ese amontonamiento de falacias. Los evangelios fueron escritos entre treinta y ochenta años después de la muerte de Jesucristo, lo que debió dar lugar a todo tipo de mistificaciones, ya que él no escribió absolutamente nada y tampoco se pronunció sobre sexualidad, matrimonio o celibato. Este hombre, el de mayor éxito en la historia de la humanidad por los siglos de los siglos, es un personaje de ficción construido a golpe de concilios, patrística, y asunción por parte de estados, naciones, imperios, reyes y emperadores. El artífice real del cristianismo, San Pablo, teorizó, entre otras cosas, sobre la naturaleza humana y la represión de sus necesidades, marcando el origen de tanto dolor a lo largo de milenios. En sus célebres epístolas, reprimió el sexo hasta límites antinaturales: Epístola a los Corintios: “-Querría que todos los hombres fuesen como yo-, es decir, solteros, no casados, sin cónyuge” (del ensayo Decadencia, de Michel Onfray). Lo que cuenta Ozon en esta película, es un destilado de ruines y perversos comportamientos humanos de ahora, que tienen su origen y tradición hace nada menos que dos milenios. La película, bien articulada y con un tempo narrativo ajustado, cuenta las consecuencias reales que pueden tener ciertas desviaciones que vienen desde tan lejos. Más que estimable por la tensión derivada de la investigación, que hace que las más de dos horas de duración no pesen en absoluto. En la fotografía de hoy aparecen unos seminaristas que ya estarán ejerciendo de curas y deseo que tengan resuelto su ineludible conflicto con el sexo, que está en el origen mismo de sus creencias, construidas por hombres mortales, casi todos ellos perturbados (San Pablo, los teóricos pertenecientes a la patrística antigua y medieval, y un clero omnipotente), y que no sometan a frágiles niños a violaciones y vejaciones que les dolerán de por vida.
«UNOS » 5. «Algo tan absurdo como una vocación»
André Bretón. No parece ser así para estos «unos» en versión angelical quienes, protegidos por la suya, tienen asegurado el camino que les conducirá hasta el final de sus días, alejados de incertidumbres existenciales. Cuando se acercaron al lugar donde se maceran las vocaciones, jóvenes, trémulos y ansiosos, les dijeron: «responderemos las preguntas que tengáis y asumiremos vuestro mantenimiento a cambio de que repitáis lo que os enseñemos hasta el final de vuestro tiempo. La solución a vuestros imperativos más humanos o carnales es cosa vuestra, pero debéis disimular, siempre disimular y cuidar las formas porque estáis llamados a ser espejos de virtud. De vez en cuando os sacaremos a la calle para que mostréis nuestra magnificencia, en ordenadas y virtuosas filas. Mantendréis gestos humildes, concentrados y devotos juntando las manos en actitud orante, pasiva y sumisa al poder de Dios y al nuestro.» Así representan, simbólicamente, estos «unos» su actitud ante la vida.
…No, Juan Estanislao, son preguntas sin respuesta, porque las llevas a tu terreno, el de la fe, y eso ya sabes que es una trampa para crédulos como tú. En fin, hablaré de otras cosas, de cuestiones vivenciales, humanas, nada «divinas»: un día lluvioso, siendo muy niño, vi la procesión por primera vez, sobre los hombros de mi padre. Nunca supe lo que pensaba mi padre de la ciudad, y mucho menos de la procesión. En realidad no sé qué pensaba sobre nada. Murió antes de que pudiera saber algo sustancial de él. Yo me quedé y aquí sigo. Sin embargo, mi hijo, que de niño participó como seise de la catedral en la procesión, se largó en cuanto pudo de la ciudad, a los dieciséis años, para no regresar. Supongo que se olvidó de la experiencia religiosa y cantora (aunque eso solo lo supongo porque no hemos hablado de ello)…