Mi primera casa…donde nací…
Luisa, mi mujer, siempre estaba dando vueltas a lo que podría ser mejor para nosotros y especialmente para el niño. Empezó a pensar en un sitio que nos ofreciera mejores oportunidades; allí nunca saldríamos de la miseria. Llegó el momento de irnos de esta casa. Lo sentí, me había acostumbrado a vivir en ella, sobre todo porque sabía hacer todo lo que se necesitaba para estar allí. Pero la casa sólo podía empeorar, vivir en ella resultaba difícil: frío en invierno y calor en verano, estábamos lejos de todo y en diez años no habíamos mejorado en nada. El dueño de la finca era un tipo que me daba muchos problemas, no estaba bien de la cabeza y me pedía cosas que yo no quería hacer como concursar en campeonatos de tiro. Si seguíamos allí, con el paso del tiempo todo sería más difícil, eso me repetía constantemente mi mujer y tenía razón.
REFLEXIONES TONTAS (ahora que está a punto de terminar este jodido año). Claro, el no formular nunca más esa pregunta, pasaba por no querer absolutamente nada de los demás. No tener que depender de que ellos tuvieran que responderme a una pregunta tan incómoda. Tampoco tener que contar o subordinarme a opiniones ajenas. Sí, esa al parecer tan regocijante experiencia de trabajar con otros, en equipo, que tan feliz hace a la gente. Eso dicen en entrevistas muchos de los que se dedican a la creación, músicos, cineastas, actores y otros muchos. Yo no podría hacer eso nunca, así que tengo muy escaso margen para la risa, por no decir ninguno. Ni para el regocijo “sinérgico” y cosas así, tan actuales. La explicación quizá esté en el solitario cerro del Acebuchal, pero no, no estoy seguro de eso. Sería muy fácil y hasta existencialmente interesante. Más bien creo que tiene que ver con el acobardamiento que siento al vivir en el mundo, con la gente y todo, tan escaso de recursos de todo tipo, sobre todo intelectuales…
Continuación de «la infelicidad infantil«. A los niños asustadizos y débiles les importa mucho la diferencia (creo), a mi al menos me importó. Siempre se me dieron unas circunstancias que supusieron vivir apartado: siempre en el campo, algo alejado de los demás, de la ciudad, luego pasaba la mayor parte del tiempo solo y eso me martirizaba; más que nada porque no me sentía integrado en la normalidad, en un barrio, en una calle, en una pandilla, en fin esas cosas tan naturales en la época de mi niñez. Lo bueno de todo aquel asunto tan tonto (visto desde la distancia del tiempo), es que aprendí y enseguida empecé a comportarme como un individualista feroz; ahora eso me permite hacer lo que me da la gana, pasando todo lo que puedo del mundo. Como también creo que una vida, finalmente adquiere el equilibrio que le es propio, como resultado de los rasgos de carácter del propietario que conforman su personalidad, mezclados con los esfuerzos realizados y algunas otras cosas más, ahora me toca a mi pasarlo bien, quizá un poco tarde, pero quien se lo merece siempre alcanza lo que le corresponde. Ah, y los que tienen éxito antes de tiempo, sin haberlo ganado, ni merecerlo, esos, serán castigados con el olvido eterno. El tiempo no transige con nada ni con nadie, y mucho menos con la mediocridad.
ZURRAQUÍN IX (o las fotografías que se revelaron tan oscuras e inciertas como los recuerdos). Empezaba a hacerse tarde. Me cansé de las inconexas historias de Agustín y de sus incomprensibles saltos en el tiempo. Decidimos marcharnos. Antes de perder de vista la casa para siempre, fotografié el lado sur y oeste. La fachada principal, orientada al este, estaba en sombra y en un estado de conservación lamentable. La orientada al sur, la que aparece en esta fotografía con los machones de apoyo, en un día de invierno lluvioso se derrumbó arrastrando parte de la casa. El desastre se detuvo justo al pie de la cama donde yo me encontraba durmiendo en ese momento. Tengo un vago recuerdo de la asustada impresión, y una onírica y borrosa imagen en la que la pared había desaparecido y frente a mí sólo estaba el vacío y el campo frío y lluvioso…
…Viernes, cinco de Abril. Diez y media de la mañana. Decido continuar la lectura de La larga marcha, de Rafael Chirbes, gran novela por cierto. Chirbes cuenta en diez o doce historias que va entremezclando en capítulos,la atmósfera sombría de la España de la postguerra. Sus protagonistas proceden o viven en zonas populares y rurales y malviven en un estado de estupor y necesidad. Yo también procedo de ese tiempo y circunstancias. Por eso entiendo bien sus lúcidas y penetrantes narraciones de aquellos años miserables, negros, insoportables. En una de las historias cuenta que en una finca, cercana a un pueblo, la gente acudía por la noche a coger esparto, bellotas, caza o lo que podía. Los guardas o la guardia civil los esperaban emboscados para impedirlo. Mi padre, guarda rural en aquellos años (esta era nuestra casa entonces), hacía lo mismo: pasaba las noches entre piedras, acebuches, retamas y encinas, emboscado, impidiendo que los de los pueblos vecinos se llevaran algún mísero sustento. A veces, por la desesperación de los merodeadores, mi padre, que tenía el corazón blando, les permitía que se llevaran algo…
NADA QUE ESCRIBIR XIX…
«…pienso que en el atardecer de mi vida nada fue vano y sin importancia…».
Balthus