Ya se han ido todos….
…Continué viaje. La próxima parada era Alarcón y cualquier sitio antes que me llamara la atención. Y sí, me la llamó un camping abandonado, cinco kilómetros antes de llegar. Paré, claro. Di dos vueltas por las instalaciones muy deterioradas. Dudé si sacar la cámara o no. Finalmente opté por la conocida fórmula ante la duda: mejor hacer, que no. Fotografié un poquito. Unos perros ladraban no muy lejos. Me dije: –seguro que vendrá alguien a echarme– Cuando salía del recinto llegó un tipo con un coche a buscarme y se me quedó mirando con sospecha y mal gesto, como todo el mundo. Venía a por mí. No paré, él dio la vuelta y me siguió un rato. Pensé: -has llegado tarde, por poco, pero tarde, amiguito-. Es una conjura del mundo: no hay una sola vez que me detenga en algún sitio perdido o abandonado que no acuda alguien con ganas de fastidiarme…Seguí hacia Alarcón…
¡Opiniones cortas, por Dios, opiniones cortas! Smith. No me gustan las opiniones, ni las cortas, ni mucho menos las largas, aunque a veces opino; y esa es una de las pocas debilidades que me disgustan. Sí, eso también me pasa. Aunque a veces sí me gusto, sobre todo cuando reconozco lo poco que me gusto: –siempre encuentro razones para no caerme bien-. Por eso, cuando me tropiezo con alguien que denota el gusto por sí mismo, y si además carece de la inteligencia necesaria para hacer de esa grosería un gesto de supremo estilo, siento una desagradable arcada y unas irrefrenables ganas de salir corriendo, y cuando no lo hago (porque no tengo ganas), recurro a lo que tengo más a mano: el visible desprecio. Bien, dicho esto, lo que me apetece este mes en este diario es mostrar fotografías y no escribir, porque por algo se llama Diario Fotográfico. Los no avisados podrían pensar que lo que hago aquí, además de perorar y opinar continuamente (incoherencia fuera de control), es mostrar una fotografía realizada cada día, y no, no es así; el concepto diario consiste en el hecho de que vivo (más o menos) un día tras otro. Nada más. Lo de la fotografía es algo que realizo de vez en cuando y que solo decora mi vida, eso sí, en blanco y negro (cuestión de estilo). Arturo Ripstein (su cine es dolorosamente apasionante), dice sobre el blanco y negro: «es una fotografía veraz, porque la vida es para mí en blanco y negro». A mí me pasa lo mismo. Las fotografías de cada día sólo tendrán un título, conceptual, cómo no; aunque los conceptos me gusten tan poco como las opiniones. Es una cuestión de decencia (y espero que de inteligencia elemental, desprovista de estúpida vanidad). Hoy traigo a colación una fotografía naturalista o REALISTA…
Miro a través del cristal que tengo a mi derecha, en mi atalaya, negra por fuera, negra por dentro. Veo la calle, el cielo cargado de presagios y me siento protegido del mundo y del frío. Pero lo que veo no me gusta especialmente. Me gustaría ver el desierto, vivir en el desierto. El desierto es el paisaje que me haría feliz; hay otros que también me gustan, pero no tanto. También están los que me disgustan, que no me emocionan y ni siquiera me entretienen, como el que veo a diario detrás del cristal de mi ventana, la que está a mi derecha, según escribo esto, en mi atalaya, negra por fuera, negra por dentro.