"La peor derrota en todo es olvidar, y es sobre todo lo que te lleva a la tumba". Céline
…En la sesión del treinta y uno de marzo, la última de la semana, positivé la fotografía de hoy. Me gustó hasta la alegría y el escorzo en la penumbra de mi «cuarto oscuro». Está realizada en un día de luz plomiza y viento desapacible en Cabo Espichel, cerca de Lisboa. Un lugar bellísimo, misterioso, literario. Una mañana de la primavera de dos mil seis, durante dos horas, fotografié allí. Por la tarde, en la playa Caparica. Fue un día fotográfica y vitalmente mágico. En momentos de euforia (escasos) me da por desear hacer exposiciones, y en este caso virtual, únicamente con las fotografías de ese día, divididas en dos partes: mañana y tarde. Poco después se me pasa y me olvido (ya no es importante hacer nada para el escaparate, sino para uno mismo). Sigo preguntándome, obsesivamente, por el valor intrínseco de la fotografía. ¡Es tan fácil! (y cada vez más). Cualquiera puede ser fotógrafo. Recuerdo que empecé a enterarme de qué iba el asunto con un curso por correspondencia que se titulaba: «La fotografía es fácil». Tenían razón, es desesperadamente fácil. Menos mal, porque no podría haberme dedicado a nada que fuera un poquito más difícil. No obstante, eso no quiere decir que todo el mundo pueda ser un buen fotógrafo; no, ni mucho menos…
A medida que asciendes hasta el alto palacio vas asombrándote ante cada recoveco, rincones umbrosos, puertas y ventanas misteriosas y fugaces perspectivas de la magnificencia del palacio fortaleza y, de pronto, cuando accedes a este patio, con el cielo recortado por los arcos, las sensaciones cambian, todo parece flotar y percibes el sentido de ciertas cosas.
Al salir del motel esta fotografía: por qué no, me dije. A veces salen al encuentro imágenes que están instaladas en el terreno de la incertidumbre (la mía, naturalmente): no son claramente deseables, pero tampoco desdeñables. Qué hacer? En esos casos es una moneda al aire, depende de las ganas de ese momento; hacerla supone un desgaste más costoso de lo que pueda parecer: confusión, ruido, desorientación y alejamiento de lo importante, pero no hacerla es perderse algo, y ese algo puede ser esencial mañana. Quizá el talento fotográfico únicamente sea saber intuir lo importante de un solo golpe de vista, rápido, preciso, fulgurante. La duda y el titubeo no son los mejores momentos en fotografía; aunque a mi las fotografías titubeantes me han dado muchas satisfacciones, generalmente mucho más tarde. Creo que tendré que esperar, y probablemente no encuentre nunca nada en ella, me temo.
DIGRESIÓN DOS:1.3. Breaking Bad (en español «volviéndose malo»). Me gusta mucho el western, sí, mucho, algo más de lo que podría considerarse normal y conveniente, especialmente porque es un «género» que ya no se fabrica. Disfruté mucho con la última película que vi: Django desencadenado. Fueron ciento sesenta minutos de puro gozo. Bien, pues la suerte me tenía reservado un placer inmensamente mayor, nada menos que más de cuarenta y seis horas de excitación constante y creciente. Hay series y series y series para televisión, pero un poco más allá y más arriba y arriba y arriba está Breaking Bad. No exagero si afirmo que cualquiera de los capítulos de esta alucinante y portentosa historia (Vicen Guillian) de tan solo cuarenta y cinco minutos cada uno, contienen tanta emoción y asombro como toda la historia de Django desencadenado (riqueza de producción aparte, claro)…
Acabo de terminar la trilogía de Cormac McCarthy. La última de las partes se titula Ciudades de la llanura, y las descripciones, tanto de los parajes como de los personajes desarraigados que los habitan, son de una belleza convulsa e inolvidable. Seguiré leyendo a McCarthy, sin duda. «El mundo de nuestros padres reside dentro de nosotros. Más de diez mil generaciones. Una forma sin historia propia no es capaz de perpetuarse. Lo que no tiene pasado no tiene futuro. En el meollo de nuestra vida está la historia de la cual se compone y en ese meollo no hay idiomas sino únicamente el acto de saber, y es esto lo que compartimos dentro y fuera de los sueños. Cormac McCarthy.
en el interior (no nos dejaron fotografiar, una pena), espacios amplios, diáfanos, luminosos y magníficos: pensados y creados para colgar arte inteligentemente. Allí, los ensamblajes de sencillas cajas de cartón, de Robert Rauschenberg, transmitían misterio y proporcionalidad. Hasta una fotografía mía, colgada sola, en ese espacio blanco y limpio, podría ser memorable (gracias a Siza, claro)