El filón aurífero se había agotado. En los sacos de oro solo había polvo…
DIGRESIÓN ONCE. Children of Men (Hijos de los hombres). Reino Unido (2006). Guion: David Arata, Alfonso Cuarón, Timothy J. Sexton, Hawk Ostby, Mark Ferguss (Novela: P.D. James). Música: John Taverner. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Intérpretes: Clive Owen, Julianne Moore, Michael Caine, Chiwetel Ejiofor, Peter Mullan, Danny Huston, Clare-Hope Ashitey.
Historia desoladora, terrible, con una ambientación distópica, pero hiperrealista en su apariencia y textura, y una atmósfera asfixiante, opresiva. Cuarón consigue realizar una película impecable en cuanto a la puesta en escena: nos introduce en una realidad sombría, tenebrosa y amenazante hasta cortar el aliento. La trama, situada en un futuro próximo (2027), es decir dentro de nada, o de mucho, no sé; la dimensión del tiempo vivido o por vivir se me escapa, ya no sé lo que es mucho o poco, o largo o corto. La tierra, en ese momento, es un caos. Los seres humanos son estériles desde hace más de una década, luego la raza humana está abocada a la extinción, salvo que por la intervención de una desconocida providencia el sistema reproductivo natural de los humanos se regenere. A medida que veía la inquietante película donde los seres humanos que la habitaban se mostraban desolados por su extinción, me preguntaba cómo sería mi estado de ánimo en caso de que eso ocurriera ahora, y no es tan difícil imaginarlo, cuando aún estamos viviendo una amenazante pandemia. Porque claro, me decía, los que estaban desolados por la extinción, cada uno de ellos, cuando les toque morirán, luego lo que pase cuando ellos desaparezcan en nada les afectará, entonces por qué sufren. Debe ser, supongo, porque el alma humana contiene un instinto natural de supervivencia, luego algo de compasión hacia su género deben tener, aunque eso sea contradictorio. Entonces sí, probablemente nos preocupe que los que puedan nacer no lo hagan. No sé contestar a esa insólita paradoja. En la historia que nos cuenta genialmente Cuarón, mientras los humanos interiorizan sufridamente su acabamiento, una fuerza militar bestial, aparentemente dictatorial, de una crueldad salvaje e inclemente se dedica a cazar y exterminar a extranjeros, desarraigados, marginales; y éstos, organizados en una fuerza paramilitar reactiva y resistente, se enfrentan a ellos con igual ferocidad. Ese choque inhumano y atroz alcanza unas proporciones en las que la vida humana carece absolutamente de valor. Vi la película impresionado y preguntándome una y otra vez si a mí me importaría verdaderamente que la raza humana se extinguiera poco después de morirme (o todos al mismo tiempo). No acertaba a responderme. Bien es verdad que ahora, tranquilamente reclinado en mi cheslong de escribir, prefiero que la humanidad siga existiendo un rato más. Al fin y al cabo, casi sin darnos cuenta, todos nos esforzamos para que nuestro legado perviva, que viene a ser como no morirnos del todo. El modo más elemental que los humanos hemos encontrado es reproducirnos ad infinitum. No obstante, los humanos nos olvidamos de que, si nos atenemos estrictamente al funcionamiento de la naturaleza, todo lo que vive muere, antes o después, y en algún momento le tocará al género humano (hasta el sol lo hará antes o después, eso ni Dios lo parará porque él también ha muerto). Trabajamos intensamente para que sea cuanto antes, de hecho, muy probablemente, antes de cien años, la emergencia climática y una superpoblación en progresión geométrica acabe con los recursos de este planeta (se acabará el agua, la comida o el aire que respirar). El planeta no podrá soportar la superpoblación, origen de todos los males y, como los dinosaurios, los humanos se extinguirán (pero yo y los míos ya habremos muerto). Lo que los habitantes de la película no parecen querer de ningún modo es que a alguno de ellos le toque el dudoso honor de apagar la luz y cerrar la puerta al salir, en el centro mismo de la más inimaginable y aterradora soledad. Todas estas reflexiones de despreocupado impenitente me parecen simplistas y no me dejan tranquilo del todo, porque no me han ayudado a saber si me importa verdaderamente o no que la vida humana se vaya al garete en unos pocos años. También porque me noto flojo; me creía más enfurecido, desesperanzado y nihilista.
PS. La fotografía de hoy, y otras muchas que he realizado a lo largo del tiempo, en la misma frecuencia estética y “espiritual”, se parece mucho a una distopía, como las de la película. Es un escenario perfecto para una representación hiperrealista en la que los hombres abandonaron lo que estaban haciendo, tal vez porque se extinguieron.
Un quieto polvo reunido por los años,…
Alvaro Mutis
Siguiendo este camino, que parte de una mina de oro abandonada, se llega al cortijo donde tuvieron lugar los sucesos de Bodas de Sangre (García Lorca). Hay sitios que sólo pueden ser míticos.