La memoria se refugia en los rincones…
…Después de realizar esta otra fotografía en la casa omnipresente, reinicié mi tormentosa búsqueda. Fueron pasando las horas y nada. A las dos de la tarde mi desesperada decepción me ahogaba. Inaudito -me decía- no es posible que sea tan incompetente. Tenía medios tecnológicos, un mapa, que por cierto no me servía de nada porque no traía los caminos por donde me apuraba más y más, transitaba por la zona donde se encontraba el enclave, nadie me molestaba, pero al lugar no llegaba nunca. Mi coche negro había cambiado al blanco –polvo de los caminos a ninguna parte-. El torpe navegador no tenía el nombre del sitio en sus tripas. A veces tenía que dar la vuelta porque el camino se acababa. Mi terquedad no; la reflexión era sencilla: si me rindo me sentiré fatal y además tendré que volver. Y entonces seguía y seguía, atolondradamente…
DIGRESIÓN UNA. Room (La habitación) 2015. Irlanda. Dirección: Lenny Abrahamson. Guión: Emma Donoghe (novela misma autora). Intérpretes: Brie Larson, Jacob Tremblay. Dice Jack, el asombroso niño actor de esta película: «si no te importa… no importa». La crítica de todo el mundo ha dicho, unánimemente, que es una película inmensa, memorable, estremecedora, y así una interminable lista de adjetivos a cada cual más elogioso. Y sí, nada hay que oponer a ese festival de grandezas. Brie Larson obtuvo siete premios, entre ellos un Oscar como actriz principal (merecido). Jacob Trembley, que brilla a más altura incluso que Larson, ninguno (incomprensible e injusto). Pero bueno, lo de los premios da igual porque solo pertenecen al eterno juego de las convenciones promocionales. Lo importante es la increíble escenificación de alta precisión, tanto en la concepción del guión (que tiene que salvar el hándicap de estar dividido en dos partes de muy distinta naturaleza), como de la asombrosa puesta en escena, especialmente gracias a unas interpretaciones memorables. Cada una de las partes tiene su propio tempo y en ambas ajustadísimo, sobrio y soberbio. La historia, aparte del creíble desarrollo de las circunstancias que la conforman, se resuelve brillantemente gracias a las interpretaciones de los dos protagonistas (madre e hijo) tanto en la primera como en la segunda parte. Ambos sostienen la tensión de una insoportable historia de fría crueldad, y la transmiten a través de gestos y matices condensados en unos primeros planos memorables. La primera parte solo los dos, en un intercambio de emociones que llegan y se perciben con una intensidad diáfana y lacerante. En la segunda, de desarrollo diferente, hay más personajes, es el mundo y su representación convencional, pero completamente nuevo para Jack, el niño. Suceden hechos que muestran con naturalidad la condición humana con todas sus luces y sombras. Historia turbadora brillantemente representada.
Aquel tres de diciembre resultó un día prolífico: conseguí hacer bastantes fotografías de las que me sentí satisfecho (algunas ya han aparecido en este diario), debió ser por el factor gabardina+sombrero o blanco+negro, como juego de auto ficción o de neutralización de mi yo aburrido. También, inexplicablemente, perdí algún rollo expuesto (los dioses se mostraron algo suspicaces y contradictorios). Las horas que pasé fotografiando (con gabardina y sombrero) me resultaron tan excitantes que escribí mis sensaciones a lo largo de una mañana y corregí durante dos: tres mañanas para nada, porque el escrito se me perdió en las procelosas brumas de la memoria del ordenador, con la inestimable ayuda de la impericia de mis deditos.