"Creo que todo es misterioso. Sólo se trata de poder percibirlo". Wynn Bullock
Reposa lo inmenso
piedra sobre piedra
piedra sobre aire.
Octavio Paz
Dolmen de Sorginetxe, situado en un pequeño país al norte de la península Ibérica. Sus características y singularidad le hacen incompatible…
Valentía fotográfica: no se ven, están fuera de campo, pero el dolmen estaba rodeado de toros bravos que miraban atentamente como hacía la fotografía (con trípode incluido). Y no soy torero.
…con este otro, situado en Extremadura, también en la península Ibérica. Estas radicales diferencias, hacen perfectamente comprensible la incompatibilidad cultural e incluso genética entre estos pueblos que, según cuentan los del norte, se remonta a la noche de los tiempos
DIGRESIÓN UNA: Handia (Aundiya) España (2017). Guión y dirección: Jon Garaño y Aitor Arregui. Intérpretes: Joseba Usabiaga, Eneko Sagardoy, Ramón Agirre, Iñigo Aranburu, Aia Kruse, Iñigo Azpitarte. Película vasca, que cuenta una historia vasca, con creadores, intérpretes, y equipo técnico vasco, y eso se nota. Demasiado. Sentí, al verla, un cierto ahogo ante tanto signo identitario, ante tanta esencia del espíritu montaraz de un pueblo. Los vascos lo son y apenas se atisba la posibilidad de que pudieran ser otra cosa. Eso no me gusta. Menos mal que no soy vasco, parece todo tan endogámico que asfixia. Los dos hermanos, protagonistas absolutos de la película, están bien y son buenos chicos, lo que hace que se les vea con una cierta empatía. Además, son hombres heridos que viven su desgracia íntima y sentidamente y eso te coloca anímicamente en disposición de abrazarlos. Lo demás, en la película, es accesorio o episódico y bordea peligrosamente el aburrimiento. No obstante, la producción, muy cuidada, aporta un verismo decimonónico impecable. Oportunamente, la historia comienza con la primera guerra carlista que, independientemente de que coincida cronológicamente con los hechos, es importante que aparezca porque, no olvidemos, los vascos apoyaron al carlismo y, de algún modo, lo que subyacía en aquella exaltación belicosa era una defensa a ultranza de sus valores tradicionales frente a la corriente liberal y moderna (que no lo era tanto, claro). En el siglo XIX, sustentado por un ruralismo exaltado, tuvo su origen la perniciosa tendencia nacionalista que tanta tragedia y ridículo nos está ocasionando. Sí, los fueros, y toda esa quincalla ideológica origen y razón (o sinrazón) de la resistencia que siempre han ofrecido y ofrecen a la plena incorporación de España a un mundo moderno y plenamente evolucionado. Claro, ellos, desde siempre a vueltas con sus dichosos valores ancestrales que tantos adeptos capta porque, el riesgo de pérdida es un campo abonado para solaz y consuelo de nostálgicos y temblorosos. Puede entenderse muy bien ese ejercicio defensivo hacia las amenazas que esconde el futuro y que tanto desasosiego pueden causar. Viendo la película, y a los vascos en su “salsa” identitaria, no pude evitar sentir lo lejanas que me resultan esas gentes, con sus matracas inacabables y su dichosa tradición. Pero entendí el “problema vasco”, y a poco que me esforzara también entendería el “problema catalán”, y no es otro que esas gentes son muy distintas y empiezan y acaban en ellos mismos, pero no por eso son ni especiales ni originales, y me parece muy bien que se alejen, y no por ellos, sino por nosotros. Por cierto, me pregunto qué tiene que ver la aparición de Stonehenge en esta historia, debe de ser porque el alma vasca procede de mistéricos orígenes asociados a grandes piedras. De cualquier forma, la película, es correcta, algo morosa, pero de una calidad estimable en la factura e interpretaciones. Aunque, si hubiera intuido como era, habría elegido no verla.
Conclusión: una cosa es saber de dónde se viene y fijar históricamente los referentes, anhelo cultural loable, y otra muy distinta trazarse como propósito de futuro vivir debajo de las piedras del Neolítico (entiéndase esto último como metáfora cultural). Pero, cada pueblo, colectividad o persona tiene el derecho inalienable a vivir cómo le dé la gana. Por mi parte, si fuera habitante de ese pueblo, por nada del mundo hablaría ese idioma dada la estrechez de horizontes que simboliza; sería como declarar ¡viva el aislamiento y la endogamia!, algo semejante a ¡vivan las caenas! del siglo XIX. Con su pan se lo coman.
Aclaración: este asunto me trae absolutamente sin cuidado, aparte del visceral rechazo que me producen los naci-onalismos, constituidos por una ideología esencial y peligrosamente estúpida. Sólo lo menciono porque me parece un fenómeno sumamente curioso que dice mucho sobre la naturaleza humana y su capacidad para inhalar sustancias intoxicantes. Por mí, como si se quieren tatuar la bandera en el ombligo.