"Hay momentos en los que todo va bien: no te asustes, no duran". Jules Renard

Ayer me olvidé de mencionar el título de la serie en la que se sitúa la fotografía (lo cierto es que todavía no lo sabía). Ahora lo sé, se llamará: -la belleza interior- (aunque quizá lo cambie, porque nada más enunciarlo me resulta sospechoso). La serie a la que pertenece la de hoy será: –el influjo de las sombras-. La luz genera la sombra y viceversa. Las sombras proyectadas sobre paredes, suelo, agua o cualquier superficie, suscitan sensaciones ilusorias: la fundada sospecha de que lo aparentemente ausente está presente. Estas sencillas alusiones visuales entran sinuosa y eficazmente en la proyección del otro mundo que todos llevamos con nosotros. Ante una imagen con sombra es difícil permanecer indiferente, porque siempre transportan al íntimo mundo de lo posible e imposible. Quizá las sombras sean un recurso fácil. Sí, tal vez. Pero, a mí me interesan, mucho, e independientemente de obvias metáforas sobre la ausencia y otras figuras poéticas, las sombras siempre tendrán sobre mí un poderoso INFLUJO. «Las sombras: unas ocultan, otras descubren». Antonio Porchia

Santa Mónica: Raymond Chandler ambientó algunas de sus obras en esa ciudad, aunque no sé muy bien si es parte de Los Ángeles u otra ciudad; eso importa poco ahora. Parece ser que Chandler odiaba Santa Mónica. Nosotros dimos una vuelta por allí, por si encontrábamos algo que tuviera que ver con Hollywood. No, no vimos nada y Santa Mónica nos gustó moderadamente. Era el último día en Los Ángeles. Comimos en un restaurante repleto de objetos alusivos a la Ruta 66 (que teníamos olvidada); fue como cerrar el círculo. Mientras, charlamos sobre nuestro fracaso como detectives fotógrafos. Llegamos a la conclusión de que, muy probablemente, Hollywood sólo era materia ectoplasmática, polvo de quimeras, sueños, fantasías disueltas en las legendarias películas de estudio de mediados del siglo pasado. Hollywood ya sólo era un sueño inaprensible, una fantasía de la memoria que revivíamos cada vez que veíamos las excelentes películas en blanco y negro, o los «western», o los melodramas psicológicos, o las de aventuras, y tantas otras,  de hace cincuenta años. Supusimos que ahora también se rueda allí, en algún sitio; pero quizá ya nada sea igual.

«Es indudable que entre los franceses es entre quienes encontramos a menos imbéciles profundos, irremediables, eternos. Incluso la lengua se opone a ello. En las tabernas, se lanzan réplicas de salón. La nación no permite ni la profundidad ni la imbecilidad que engendran en otros sitios a millones de personas cualesquiera a algunos genios inconmensurables. Francia pierde su equilibrio, si sale de la mediocridad». E. Cioran (De la France, 1941)

…No llovió en toda la tarde. A veces, misteriosamente, todo se relaciona y se entrecruza azarosamente: por la mañana leía una frase de Banville que aparece en este diario el día cinco de este mes, sobre la importancia de la escritura, y por la tarde leí otra con el mismo sentido, de Marcel Proust: «La verdadera vida, la vida por fin descubierta y esclarecida, y por lo tanto la única vida realmente vivida, es la literatura». Con ambas estoy de acuerdo. El día no estaba siendo especialmente relevante, todo se desarrollaba de una manera previsible, a pesar de que la mañana prometía sobresaltos; pero no, montado en mi chaiselongue, estaba moviéndome en un dulce balanceo «intelectual» rumoroso y adormecedor…

«Son precisamente las ficciones las que nos permiten estructurar nuestra experiencia de lo real» Slavoj Zizek. Qué lástima no tener capacidad para escribir ficción. Bueno, escribir o no da igual; lo importante es sentir la ficción como una posibilidad cierta  de la mirada y la percepción. La verdad es que nunca he probado seriamente. En este diario lo intento en ocasiones, tímidamente. Enseguida me asusto y lo dejo. Siento un respeto reverencial, temeroso y acomplejado ante esa escritura. Me siento absolutamente incapaz de afrontarla. Sin embargo, sí creo entender un poco el mecanismo de contar historias; no podría explicar por qué lo creo, pero sé que está ahí como probabilidad verosímil. Naturalmente tendría que ser indisolublemente unido a las fotografías que realizo. Sin ellas, sería imposible, ni la ficción, ni el realismo más asfixiantemente descriptivo y otras muchas cosas que me pasan en la vida (que no son tantas, por cierto). En fin la vida sigue y seguirá, indiferente tanto a una cosa como a la otra.