“Hoteles que añaden a mi vida/un silencio de nuevo/Guarda en tu corazón estos momentos/y si llegas a viejo/que te sirvan”. José María Álvarez
Carretera, carretera; durante interminables horas. Oklahoma, capital que da nombre al estado: la divisamos a lo lejos y continuamos hasta la extenuación. Llegamos a Clinton a las siete de la tarde. Encontrar motel fue fácil. En la televisión, un predicador se dedicaba a lo suyo, y con un considerable éxito a juzgar por el entusiasmo de la muchedumbre que le escuchaba. Me entretuve un rato en ver y oír su actuación, sus ademanes ampulosos y teatrales y la entonación enfática de las simplezas que decía. Tengo que reconocer que emitía una especie de fluido o vibración que atrapaba. Entré en una especie de hipnosis que me sacudí fotografiando la habitación, con el dichoso predicador y su monserga.
La noche Vasca, segunda parte: después de la alegre confusión seguimos la ruta del bourbon. Oímos música que venía de un local que estaba bajo el nivel de la calle. Bajamos unas angostas escaleras y entramos en un bar pequeño, estilo Grunge, bastante ruidoso. Tardaban en servirnos. Dos tipos que había a nuestro lado nos oyeron hablar y uno de ellos nos preguntó si éramos españoles, le contestamos que sí; él dijo que era de Madrid. No le creímos: su acento, inequívocamente vasco, y su «look», que parecía trasplantado de una manifestación «batasuna» ese mismo día, hacían inverosímil que fuera madrileño. Nos preguntamos mutuamente que hacíamos en Santa Fe. Él nos contestó que vivía allí, pero que no nos podía decir por qué; cuál es la razón?, le preguntamos, nos contestó -si os lo digo tengo que mataros- Lo consideramos una broma de mal gusto y no hicimos mucho caso, aunque nos tensó un poco. Para frivolizar (por si acaso), le dije que por qué no intentaban ligar (él y su amigo) con cinco chicas que había a nuestro lado, a la izquierda (y así nos dejaban en paz, porque se estaban poniendo pesados). El supuesto vasco me contestó que porque eran lesbianas; me volví a mirarlas con más atención y tuve que reconocer que sí, que muy probablemente tenía razón. Nos fuimos a dormir. Por si fuera poco la presencia de tanto vasco en una sola noche, dormimos en el peor motel que se pueda imaginar.
Del diecisiete al veinte de abril: Valencia. Nada más llegar, el diecisiete por la tarde, al IVAM. Casi toda la obra que vimos era en papel, algunas esculturas y un poco de pintura. Por cierto, mi amigo Bernardí (que no, que no lo es, ni siquiera le conozco, y si nos conociéramos sería imposible que un hombre tan artista como él se hiciera amigo mío, aunque a mí me encantaría) ha donado una obra importante a esa entidad de arte moderno, de allí, de Valencia, según informaba un cartelito. Bien, esta estupenda obra (en serio, me gustó mucho) representaba a un hombre que no tenía tubos fluorescentes encima, luego no a todas las obras de Roig se le han caído encima los puntos de luz, los dichosos fluorescentes, como afirmé el mes pasado, y tampoco estaba gordo, como los estrafalarios y abrumados hombres blancos que tanto le gustan a Bernardí; no, que va, este era un tipo guapo con un sugestivo antifaz, pero con halitosis (eso decía el título), que se incorporaba de una cama. Es tremendo lo de la halitosis, una desgracia. Un conocido la padecía y era difícil mantenerse cerca cuando te hablaba; por si fuera poca la calamidad no conseguía articular una sola idea interesante (ahora que lo pienso, quizá era por culpa de la halitosis). Bueno, pues el personaje de Bernardí también la tenía, pero al menos estaba callado y medio dormido todavía. Era muy buena la obra de Bernardí, de lo mejor que vimos en el Ivam. Por cierto, también mucha fotografía, especialmente de Man Ray. Siempre es una fiesta ver obras de Man Ray. Me encanta. El caso es que lo pasamos estupendamente en el Ivam…
PS: En una cama como la de la fotografía de hoy, durmió John Dillinger, en el Hotel Congress, de Tucson; aunque no sé si con halitosis o no, con antifaz o no. Es mi esperanzada aportación al arte realizado con una cama; sí, ya sé que no llega a la importancia de la de Bernardí (si pretendiera donarla al Ivam me la tirarían a la cara), pero al menos tiene que ver con una figura de leyenda, es decir cerca del arte. Ah, y además, yo también dormí en esta cama, aunque sin antifaz ni halitosis.
DIGRESIÓN TRES. Toivon tuolla puolen (El otro lado de la esperanza) Finlandia (2017), Guión y dirección Aki Kaurismâki. Fotografía: Timo Salminen. Intérpretes: Kati Outinen, Tommi Korpela, Sakari Kuosmanen, Jane Hyytiäinen. A mí me entusiasma Kaurismâki desde que comencé a ver su cine. Sus personajes son serios, hieráticos, señalados por algún tipo de misterio insondable y transcendente. Heridos por el hecho de vivir y al mismo tiempo capaces de proyectar una tranquila, indomable y libre vitalidad. Sus caras y gestualidad transmiten una sabiduría que parece venir de muy lejos, pero, además, Kaurismäki, ayudándose de esos irrepetibles personajes, nos cuenta historias donde las contradicciones, la miseria y la grandeza del ser humano quedan revelados misteriosamente. Originalísimas y extravagantes imágenes, plenas de sencilla belleza y sutiles matices, pespuntean sus películas de un fino sentido del humor, chocante y entrañable. Esta última película contiene todo lo que define a Kaurismäki: sentido de la solidaridad, ironía, escenarios y situaciones increíbles (un restaurante donde sirven las sardinas en su propia lata, o cocinan sushi improvisado a japoneses). Una entrañable y sencilla historia recorrida por un sentido profundo y ético del modo en el que conviene que nos relacionemos los seres humanos, sobre un soporte cinematográfico repleto de imágenes y situaciones imaginativas, inesperadas y rebosantes de amargo sentido del humor.
…Estoy «frito» (como decía una amiga) este mes con el diario. Ni siquiera se me ocurren más palabras, así que, para enriquecer un poco este tostón, voy a echar mano de Claudio Magris, que ha reflexionado con sentido y profundidad sobre lo que significa viajar, o no viajar: «El viaje es también un benévolo aburrimiento, una protectora insignificancia. La aventura más arriesgada, difícil y seductora se lidia en casa; es allí donde nos jugamos la vida, la capacidad o incapacidad de amar o construir, de tener y dar felicidad, de crecer con valentía o agazaparse en el miedo; es allí donde corremos los mayores riesgos». No, no me está saliendo muy bien la exposición de fotografías realizadas en los dos viajes, uno muy corto y otro un poco más largo, de hace un mes. No sé, como dice otra vez Claudio Magris: «El viaje es una realidad en indicativo, pero también en subjuntivo. Cada viaje, obviamente, tiene su medida, su ritmo, su paso y su respiración». Y estos, el corto y el largo, salieron así, y eso ya no se puede cambiar…