Espacios grandiosos de antes, de ahora y tal vez para siempre…
DIEZ REFLEXIONES EXISTENCIALES DE UN HOMBRE INVISIBLE VI.
Ambrose Bierce, autor fascinante que he descubierto recientemente y que invitaré de vez en cuando a este diario, dice en su Diccionario del diablo: «ARTE. Esta palabra carece de significación». Lo que me remite al enigma inescrutable de lo que es o no ARTE. No sé responder esa pregunta y siempre que lo intento tengo la sensación de transitar por el polvo de otras pisadas, así que únicamente me ocupo de las tareas que corresponden a los hombres invisibles. Los pintores pintan, los escultores esculpen, los escritores escriben, lo arquitectos construyen, los actores actúan y los fotógrafos fotografían; lo que necesitan hacer, lo hacen, por eso son lo que son. Yo sólo sé hacer mis fotografías (y por eso soy lo que no soy), no sabría hacer ninguna otra y nunca he trabajado por encargo: no sé hacer las fotografías de los demás. Era un burgués y un artista sin arte. Sándor Márai (yo, ni siquiera burgués).
…el haber renunciado a los grandes y medianos propósitos y haberme instalado sólo en los pequeños (son más fáciles) supone que nadie puede esperar de mí nada especial (nunca nadie lo ha hecho) y yo tampoco, naturalmente. Por fin me he dado cuenta que esa supuesta expectativa gloriosa tiene una importancia más que relativa y que lo importante es estar contento y no adormecerse del todo nunca. Ah, y hacer algún viaje sin propósitos en especial de vez en cuando, y si es a la maravillosa ciudad de Estambul, mucho mejor;…
Nueva York: Estación Central. Escenario de encuentros y despedidas en tantas viejas películas en blanco y negro. Allí estaba: me resultó tan hechizante como en el cine. No llevaba trípode, coloqué mi cámara sobre una balaustrada y fotografié procurando que no se moviera (la cámara). Podría añadir una disertación sobre el azar, sobre la potencial carga literaria que bulle en sitios como éste, pero no; no me apetece en este momento revolcarme en el cenagal de lo obvio.
En los autorretratos, no se trata mejor que a los demás; es inmisericorde consigo mismo, aunque también maneja el lado narcisista imprescindible para que un autorretrato sea verdadero. Supongo que ha tenido que contenerse para no mostrarse en más obras. Se gusta a sí mismo; si no, no le sería posible realizar el importante trabajo que ha hecho sobre sí y los demás. Se ama y se condena, pero, por encima de desgarros y titubeos, se bebe la vida con decisión, avidez y también con dolor. Merece capítulo aparte su proyección de fotografías y vídeo, con texto y voz del propio autor. El conjunto causa una impresión que sobrecoge por su sinceridad y su bella inclemencia. Su voz está a la inmensa altura de sus fotografías, porque llega de forma sencilla y directa, sin ambages ni adornos; sus palabras llegan con la misma calidad y textura que sus fotografías, sencillamente porque hablan de la Vida, de su Vida, y eso siempre se entiende muy bien. Las Vidas siempre se entienden; el «arte» no siempre.
«La fotografía es iconografía de muerte. Está en su naturaleza. En ella no somos como somos. Somos como éramos…
Alberto García-Alix