"Podemos imaginar decenas de historias en este áspero pasado, hora de dicha y de penuria, juegos de amor…". Rafael Argullol
Si muriera hoy, sólo hay dos personas autorizadas a recoger mis cosas: Gabriel y los suyos y Naty. Sólo ellos tienen toda mi confianza, y lo que hagan con mis cosas estará bien. Si no son ellos, mi deseo es que se destruya todo y lo primero mis fotografías y mis negativos. No tengo deudas que pagar, no debo nada a nadie; lo que he hecho se lo he arrancado a mi piel, a mi voluntad y a mi tiempo por lo que a nadie otorgo el derecho a poner sus manos sobre lo que he creado. Sería PELIGROSO que alguien lo hiciera, muy PELIGROSO, porque me removería en la tumba y le maldeciría mil veces, un millón de veces.
…El Fotógrafo, tiene su titubeante memoria trabada por alguna y oscura atadura a estos lugares resquebrajados que ni siquiera son memoria. Quizá el fatídico influjo que tienen sobre Él se deba a que siente la intensa sensación de
haberlos habitado todos, hace poco y mucho y tiempo a la vez. Esas paredes y puertas carcomidas forman parte de su historia emocional, y de su piel, y de sus vísceras, y de sus ojos, y, entonces, se acuerda de unos versos de Antonio Gamoneda y sonríe complacido: «Son los desvanes de la infancia. Estoy atravesando el olvido»…
Dos días después: la Mancha, cerca de Pedro Muñoz (me estoy aficionando a la Mancha, me gusta cada vez más). Localicé y me adentré en el caserío abandonado de una finca. También había una destrozada fábrica de harinas. Sorpresivamente me di de bruces con un hombre mayor que buscaba setas de chopo. Nos saludamos y entablamos una deslavazada conversación. Intenté informarme de las circunstancias que se habían dado en tanto abandono y destrucción. Me contestó, con desgana, que habían sido las frecuentes circunstancias de segunda generación: padre que forja un gran patrimonio e hijos que lo dilapidan. A mí eso me traía sin cuidado, lo que más me interesaba saber era si podría fotografiar sin riesgo de que me detuvieran por intrusión, así que le pregunté por el actual propietario y me contestó que todas esas construcciones ya no eran de nadie. Imposible, me dije para mis adentros. Después de que se fuera el jubilado y aplicado «setero«, me dispuse a explorar el recinto. Entré y salí varias veces de cada una de las dieciséis casas que componían el complejo, de más de cien metros cuadrados cada una, bastante bien conservadas. También de la fábrica…
…En cada nivel de la casa había fotografías que se revelaban enérgica e irresistiblemente. La belleza y sugestión de las formas de la estructura exterior se repetía en los interiores con una originalidad elemental, prodigiosa. También acudieron al reclamo de la cámara apariciones y desapariciones, como siempre sucede en los lugares bellos y abandonados en los que se han quedado suspendidas las energías y anhelos de los que allí vivieron y se fueron…