Circulo virtuoso en Alba Iulia…
…Dice Fernando Pessoa: «lo que vemos no es lo que vemos sino lo que somos». Luego lo fotografiado, no es otra cosa que lo que somos, o quizá lo que creemos ser, siempre es lo mismo, por muy lejos que vayamos. Estoy de acuerdo con Pessoa. Solo se puede aspirar a cambiar la disposición del escenario, porque la geografía sensitiva o perceptiva será la misma. La textura, los encuadres, los ángulos, las figuraciones (en mi caso) siempre giran en torno a las mismas constantes. Eso es y será siempre lo que constituye mi relato, lo que me conforma…
DIGRESIÓN SIETE. Quo Vadis, Aida? Bosnia y Herzegovina (2020). Guion y dirección: Jasmila Zbanic. Intérpretes: Jasna Djuricic, Izudin Bajrovic, Boris Ler, Dino Bajrovic, Boris Isakovic, Johan Heldenbergh, Raymond Thiry, Emir Heldenbergh.
En julio de 1995, Aida trabaja como traductora para la ONU en Srebrenica. Es sabido la matanza de hombres bosnios musulmanes en la pequeña ciudad Bosnia (en torno a 8.000), delante de las narices de las exiguas fuerzas de la ONU (tan solo 400 efectivos holandeses).
Aida es una heroína del pueblo bosnio en Srebrenica, que defiende a su familia hasta lo inconcebible y mucho más allá. No, no es solo eso, lo que nos muestra esta sobrecogedora película es una acción titánica, épica, ejemplar y heroica; sino una conciencia viva, tan poderosa que te deja sin aliento y profundamente impresionado. No voy a entrar en el desarrollo de los hechos narrados; son prolijos y afectan a capas de una intolerable realidad, sino tan solo a resaltar, por milésima vez en este diario, la infinita capacidad de actuar cruelmente del género humano. Cualquier iluminado, persuadido de poseer una verdad, la que sea, cuanto más estúpida, incontrastable y ciega mejor, y a ser posible inclemente y cruel (a determinadas gentes, demasiadas, le gusta matar, sobre todo si se cree impune protegida por el informe anonimato) y será capaz de desencadenar un torbellino de sangre y fuego. Parece que eso, exactamente eso, es lo que pasó en las repúblicas balcánicas.
Todos estos hechos, tan intrincados sociológica, moral y políticamente, me parece que entraña una dificultad extrema contarlo en tan solo dos horas; pero Jasmila Zbanic lo hace en un relato sin concesiones, con un inmenso talento e intensidad expresiva con la que consigue articular la historia a un ritmo que crece incesantemente; tanto en la evolución de los hechos como en la intensidad dramática que estos generan. Sitúa la acción desde la perspectiva de un drama íntimo (Aida y su familia), y desde esa referencia sensible, que te llega impregnada de angustia y lágrimas, Jasmila detona una bomba de una potencia y onda expansiva atronadora que alcanza el último rincón del mundo (para quien no esté sordo o ciego). Universaliza la lucha y tragedia de Aida y sus vecinos, con una fuerza difícil de soportar en la mirada. Hay que poseer mucho talento para realizar una película como esta, sostenerla de principio a fin y dirigir del modo que lo hace a unos actores sublimes, especialmente Jasna Djuricic (Aida), insuperable y conmovedora.
DIGRESIÓN CUATRO. Days of Heaven (Días de Cielo) EE.UU. (1978). Guion y dirección: Terrence Malick. Música: Ennio Morricone. Fotografía: Nestor Almendros. Intérpretes: Richard Gere, Brooke Adams, Sam Seppard, Linda Manz, Robert J. Wilke, Jackie Shultis, Stuart Margolin, Timothy Scott, Gene Bell, Doug Kershaw, Richard Libertini, Frenchie Lemond.
Algo no está funcionando bien en mi cabeza: esta película la había visto y no tuve la certeza hasta que terminé de verla nuevamente. A medida que la veía, solo lo sospechaba. Aguanté todo el metraje porque estoy atontado. Encima no me gustó especialmente, o más bien no me atrajo lo suficiente como para ponerme laudatorio y exclamativo, como suelo hacer con las películas que comento aquí.
Sí me gustó mucho el paisaje y el concepto fotográfico: anchos y grandiosos encuadres de un paisaje igualmente ancho y grandioso. También la casa, maravillosa en medio de un paisaje plano, seco, escueto, soberbio. La maquinaria agrícola: grandes, toscas, como locomotoras campo a través. Soberbias (parecían de una ciencia ficción retrospectiva). Y los animales, pavos reales u otra especie parecida, conejos, perros y, sobre todo, bellísimos caballos. Las figuras de los braceros, perdidos, pequeños y anónimos en una campiña demasiado grande para la escala humana. A Malick no le interesaban los braceros, tan solo los utilizó como figuración anónima, sin singularidad y sin alma, pero, al menos, componían memorables y mitológicas estampas rurales.
La historia en sí me interesó poco: una mujer joven que se hace pasar por hermana de su amante y se casa con el terrateniente y que, finalmente, acaba como deben acabar estas cosas, mal. En este sentido Malick es previsible; aunque quizá hace cincuenta años no lo fuera tanto. No sé. De cualquier modo, me parece que lo importante de esta película es la belleza y el soberbio concepto fotográfico y formal de la película, impresionante e impecable de principio a fin. Un espectáculo, desde luego. Entre tanta grandeza se cuela por todos lados la música de Morricone y la sutileza y la grandísima fotografía de Néstor Almendros (óscar de ese año por su impecable trabajo). Ambas aportaciones redondean y engrandecen la producción. Sí, tal vez, mereció la pena revisar un primerizo y ya grande Malick. Probablemente, si este comentario lo estuviera escribiendo en el año de estreno, lo haría exclamativa y elogiosamente. En arte, a veces, el tiempo tiene un efecto pernicioso y abrasivo.