"El desengaño debe remontarse a las eras geológicas quizá los dinosaurios sucumbieron a él…". Cioran
DIGRESIÓN CUATRO.- Blues for Willadean, (EE.UU, 2012). Guión y dirección: Del Shores. Música: Joe Patrick Ward. Intérpretes: Beth Grant, Octavia Spencer, Dale Dickey, David Steen, Vivian Fullerlove. En la película que comenté ayer, una mujer mata a su marido porque soportaba malos tratos, palizas, humillaciones. Curiosamente, en esa pareja, había una fuerte presencia de la religión y de desencuentros sexuales. En la de hoy, igual. Ayer, como fotografía de compañía del texto, o al revés (nunca se sabe que va antes o después, o, más bien ni una cosa ni otra, simplemente se juntan y ya está), había un foto de un Tiranosaurio (en alusión al título), hoy también, en alusión a la crueldad ciega del repugnante marido que soporta la mujer. El individuo actúa de un modo tan brutal, inclemente y primario que su inteligencia y condición de ser vivo no es superior a la que pudo tener este monstruoso animal. A pesar de las extremas circunstancias de esta historia, lo más importante de esta excelente película, su potencia, reside en el crescendo sostenido y el vigor con que cuenta la historia Del Shores, hasta llegar a unos diez minutos finales de una tensión dramática apoteósica. Excelente idea contrapuntear la historia con unos poderosos blues interpretados por una cantante negra, vestida de rojo, que narra dramáticamente lo que está sucediendo. Muy estimable el trabajo de los actores, o más bien brillante por creíble y sentido.
BREVE DIARIO (de incierta e intermitente duración) DE UNA PANDEMIA UNIVERSAL CONTEMPORÁNEA XIII
“El lenguaje político -dice Orwell- está diseñado para hacer que las mentiras suenen a verdades y que sea respetable el crimen.” Antonio Muñoz Molina
Hay un modo de comportarse en la vida que no puedo soportar, muy especialmente en el caso de los políticos: el énfasis, la retórica abultada y hueca, el disimulo, la hipocresía, el abuso de poder (de aquellos que lo ostentan) y, además, la grosera voluntad de mentir que se hace palpable e insufrible. Sí, ya lo sé, la política es el arte de mentir y hacerlo convincentemente: “…todo el estudio de los políticos se emplea en cubrirle el rostro a la mentira y que parezca verdad, disimulando el engaño y disfrazando los designios”. Saavedra Fajardo. Al parecer, en política, desde tiempo inmemorial, ética, filosófica, y moralmente, está generalmente admitida la mentira como un mal inevitable; es más, aquél político que no mienta no sirve para la tarea; ya lo dijo en 1620 Juan Antonio de Vera y Figueroa: “Mal podrán tratar bien del gobierno los que no supiesen disimular y fingir” (cita extraída de La imaginación conservadora, de Gregorio Luri). Entonces, inexorablemente, todo lo que dicen que hacen o que harán los políticos carece de sentido porque muy probablemente es y será mentira. A partir de esa premisa, ¿cómo tendríamos que situarnos los ciudadanos a los que nos gustaría que la actividad y profesionalidad política fuera un ejercicio de honestidad y transparencia? No lo sé. Dado que nada podemos hacer para cambiar el paradigma embustero de esas gentes, solo nos queda la sordera y la ceguera, o ser lúcidamente conscientes de que escucharlos es asistir a una representación, una performance inacabable, un juego que ni siquiera es teatral sino tan solo estúpido o, como en el caso de la maldita pandemia, trágico. No obstante, si atendemos a sus bocazas y farfulleos por un necesario interés informativo (dado que dicen que se ocupan de lo nuestro), sería higiénico saber que asistimos a una gran pantomima y no olvidarnos de que, todo tiempo dedicado a lo que debería ser verdad y no lo es, es tiempo perdido. ¿Qué hacer entonces? Una vez sabido que seguiremos confinados, parece sensato desentenderse de tan banales y perniciosas escenificaciones, y aprovechar el tiempo en el cultivo de otras inquietudes, intereses y remotas aficiones como, por ejemplo, la paleontología, que sin duda será más provechosa espiritualmente para la paz de nuestras atribuladas almas…
…La confección del diario me está complicando un poco la tarea principal (la dichosa web) porque para mí no es fácil poner la cabeza en dos sitios a la vez. Por ejemplo, cuando he comenzado a escribir estos últimos días solo tenía fotografías para el diario hasta el día nueve. El caso es que será un éxito que nuestro trabajo, el de Naty y mío, lo acabemos antes de final de año, y luego vendría el de los jóvenes profesionales de la programación y el diseño (nosotros también participamos en lo del diseño, cómo no, y nada en lo de la programación). La foto de hoy también es de un dinosaurio de goma o de lo que sea, de Rasnov. No tengo otra cosa…
…Me estoy alejando alocada e inconscientemente de lo que quería decir, lo que explica perfectamente mis dificultades para ordenar mi cabeza (y la nueva página). Si no soy genial (qué lástima), debería exigirme hasta el dolor ser ordenado, algo que está al alcance de todo el mundo. Y menos mal que cuento con la inagotable y genial ayuda de Naty (ella sí lo es) porque si no este propósito sería absolutamente imposible. El caso es que, después de casi tres meses, todavía estoy ordenando las imágenes en un guión, en un relato que se parezca a lo que ha pasado por mi intención fotográfica, y del único modo que se me ocurre es haciendo montoncitos con fotos que, por un lado, tengan relación «temática» y, por otro, contengan un ritmo, equilibrio y textura plástica ordenada y sensata, y, a ser posible, «creativa». Serán cientos de montoncitos, demasiados para mí. Por otro lado, Naty se encarga de recrear y limpiar las imágenes para situarlas en el administrador de contenidos, y para ella la tarea supone un esfuerzo de miles de fotografías. Así nos asustamos diariamente…