En las ciudades desconocidas, cuando llego, lo primero a la plaza, corriendo casi, siempre…
Hicimos escala en Bruselas y allí, una funcionaria de seguridad, redonda y cremosa, nos sometió a un interrogatorio severísimo sobre nuestro viaje: incluso tuvimos que demostrar nuestro itinerario con reservas de hoteles y cosas así. Debió pensar que éramos peligrosos… ¡si hubiera sabido la índole de nuestra peligrosidad! Como no fotografié en el aeropuerto, y para ilustrar la escala, esta fotografía de la Grand Place de Bruselas, pero de otro viaje y otro año. Algo es algo, no?
«Con frecuencia, las afinidades nacen como intuiciones. Hay gentes, libros y ciudades que no entendemos, pero que nos atrapan y nos obligan a visitarlos una y otra vez, seguramente porque advertimos en ellos indicios de que esconden algo que nosotros buscamos. En la media distancia, uno distingue la presencia de un pez bajo las aguas, no por su preciso dibujo, sino por el deslumbramiento de un fugitivo relámpago. Esos libros, ciudades y gentes inquietantes acaban formando necesarias piezas de nuestra identidad». Rafael Chirbes. Pues a mí, ahora, a propósito de esa idea brillante de Chirbes, no se me ocurre nada digno de mención, salvo libros y arte en general. Lo pensaré mejor. No sé, desde hace unos años, la ciudad a la que siempre vuelvo es Lisboa, pero no, creo que tampoco es eso, y además, ahora, estoy en la idea de desprenderme de esa querencia, de quitarme de lo de Lisboa. Así que, quizá, sean los paisajes, mis paisajes infantiles, los que siempre están ahí y vuelven y vuelven.