La vida entre nosotros, el mundo a los lados…
Después de Emmet Gowin: Edward Weston y Harry Callahan. Tenía mucho interés en ver copias originales de ambos. La muestra estaba concebida a modo de itinerarios paralelos técnica y temáticamente. La diferencia de tiempo en la realización, poco más de veinte años, no era significativa. En ambos se daba un denominador común que no era otro que la búsqueda constante de una expresión nueva. Weston más volcado hacia la forma y Callahan a través de una mirada más subjetiva, más introspectiva, más poética. La muy acertada y cuidadosa puesta en sala de Laura González elevó la muestra a la categoría de -perfecta y gozosa ceremonia fotográfica-. Las fotografías se ofrecían perfectamente ensambladas, lo que acentuaba las sutiles pero perceptibles diferencias entre ambas miradas. Weston me resultaba pulcro y perfecto y a pesar de la sensualidad acariciadora de su mirada, su mundo no siempre me llegaba plenamente. Sin embargo, a Callahan, le percibí intensamente; sus fotos se acoplaban en mi retina y ánimo con toda naturalidad, como si siempre hubieran estado ahí. Le sentía muy cerca de mi anhelo estético y fotográfico. «El misterio no está en la técnica fotográfica, está en lo que hay dentro de cada uno de nosotros». Harry Callahan.
Si haces algo, debes vencer la pereza que te da el hacer algo; si no haces nada, debes vencer el miedo que te da el no hacer nada. Debes vencer, y debes vencer siempre.
Antonio Porchia
Había atracciones por doquier: algunas meritorias y otras terriblemente aburridas. Recreaban momentos y efectos especiales de películas o géneros célebres: ciencia ficción, aventuras, musicales; en fin esas cosas que gustan tanto a casi todo el mundo. Pero, obviamente, eso no era Hollywood, solamente se trataba de entretenimiento para visitantes sin especiales propósitos o para personas como nosotros que, aunque íbamos con un objetivo, no teníamos método, ni técnica, ni información, ni nada de nada; sólo nuestras cámaras y deseos de encontrar algún retazo auténtico del alma de Hollywood, porque empezábamos a tener claro que no íbamos a encontrar pruebas físicas, reales: enormes platós con decoraciones inverosímiles; apuestos actores de verdad y actrices bellísimas y misteriosas, directores sentados majestuosamente en sus sillas rotuladas en el respaldo….tantas y tantas escenas y escenarios fabulosos…
Carmen Sternwood : es usted guapo.
Philip Marlowe: y cada minuto que pasa lo soy más
…Con esta sarta de banales disquisiciones, me estoy olvidando del viaje. Bueno, no es que me olvide, es que ahora, un mes después de haber vuelto, no tengo la sensación de que ocurriera nada en especial. Ni vivencial ni fotográficamente, salvo tener muy buen «rollo» viajero con Naty, pero eso nos sale con naturalidad siempre. Lo tenemos muy ensayado. Tampoco ninguna otra experiencia singular o fabulosa o divertida. A lo más extraordinario que llegamos fue a esperar estúpidamente durante quince minutos a que pasara un tren, en pleno campo, detrás de un individuo que estaba delante parado (había muchos más coches detrás y al otro lado de la vía). El tren no llegaba nunca y, cuando nos miramos y nos dijimos -hay que joderse qué gilipollas somos-, decidimos saltarnos el semáforo y entonces llegó el tren del que nos libramos por poco. En las ciudades, todo consistió en caminar y caminar arrastrando la traqueteante maleta del equipo y, de vez en cuando, una fotografía; una hora, después otra, y así hasta que el viaje se acabó y nos largamos de ese país…