"Todo hacer es un engaño, porque todo está hecho". Antonio Porchia
En dos mil seis, en Agosto, fuimos a Monument Valley. Demasiadas películas en la memoria. Frente a ese mítico paisaje no supe qué hacer. No sé si me sentí defraudado o emocionado; sí nervioso e impaciente.
Me colocaba cerca y miraba hacía arriba, a las paredes rojas que caían vertiginosamente al polvo rojizo del valle. Los dioses de los navajos no se apiadaron de mí y no me revelaron ningún secreto; me dejaron acercarme a sus enclaves fantasmagóricos de esbelta y convulsa belleza y nada más.
Cuando miré por el visor, a lo lejos, veía lo que ya recordaba: ningún encuadre podía superar a lo ya hecho en las numerosas películas rodadas allí, especialmente las de John Ford; decidí acercarme a los farallones rojizos.
Quería llevarme algo de allí, a toda costa, pero no aparecía. Sólo veía formas y perspectivas identificables sin más. Probablemente me faltaba una historia que contar, pero no tenía ninguna. No, yo no tenía historias allí; casi todas habían sido entregadas al viejo y sabio John Ford. Tantas y tantas contadas en ese mágico escenario; su peso era excesivo para mi mirada y mi vieja Mamiya.