Los peces me dan miedo…pero me encantan…
Dos de noviembre, sábado por la mañana, momento gozoso: exposición El surrealismo y el sueño, Museo Thyssen, Madrid. Me sentí como pez en el agua en esa exposición, o más bien algo más lúcido que un pez porque disfruté mirando y a veces viendo (aunque bien es cierto que no sé el grado de lucidez y capacidad de gozo de los peces). Las imágenes que giran en la órbita de ese supuesto movimiento casi siempre excitan mi modo más íntimo y auténtico de entender el lenguaje plástico.
«El surrealismo trasmite una afirmación intensa de la libertad, la esperanza de una vida humana de plenitud, la utopía dignamente dueña de todas sus posibilidades. En ese sentido, la invocación surrealista del sueño debe entenderse, ante todo, como la manifestación de una revuelta contra la aceptación realista de un mundo «mal hecho», contra una actitud de aceptación resignada del dolor y el sufrimiento. La invocación surrealista del sueño trasmite una utopía de liberación plena de la mente, el sueño de la libertad sin límites». José Jiménez.
Todos los años, el treinta y uno de diciembre, envío un mensaje de felicitación a dos o tres personas amigas, las únicas que me interesan lo suficiente en ese momento y que no siempre son las mismas; porque las que no se portan bien o han dejado de gustarme, sencillamente, se caen de la lista. Sin embargo, y para que ésta no quede desoladoramente vacía, suelo incorporar a alguna nueva, pero nunca suelen llegar al prodigioso número de cinco. El argumento de la felicitación cambia cada año, pero nunca es un dechado de originalidad como esos que la gente copia y reenvía y que son tan ocurrentes, bonitos, despersonalizados y descansados (no hay que hacer ningún esfuerzo, solo copiar y pegar). No, el mío es esforzado pero bastante corriente, hasta insípido, me parece. El que he escrito para este año: «Hola, ya hemos llegado al mismo sitio que hace tan solo un año: el momento común en el que nos da por cruzarnos edulcorados y estimulantes mensajes. A todos. Positivos, faltaría más. Yo haré lo mismo. Porque sí. Y menos mal, porque significa que aquí seguimos todos, dispuestos a pasárnoslo lo mejor que podamos. Incluso yo. Repitamos entonces lo mismo, porque al fin y al cabo la vida feliz consiste en repetir y repetir lo que nos gusta, por supuesto (estupideces y pérdidas de tiempo, ninguna). Ojalá que dentro de un año volvamos a repetir lo mismo, los mismos (a los demás que los zurzan), lo que significará que aquí seguimos, dando guerra cerca unos de otros. Os deseo que eludáis la vida sosa y que tengáis un feliz y amoroso dos mil doce. Ya está». P.S.- Ah, se me olvidaba un imperativo para este año: «el que quiera peces, que se moje el culo»
Salimos de casa de madrugada; llegamos al aeropuerto todavía de noche (son tristes los aeropuertos de noche). Nos acercamos, cargados, al mostrador de facturación y nos tropezamos con una tipa de -cara amargada, gesto amargado y palabras amargadas –Empezamos bien-, me digo. Detesto a la gente que en vez de solucionar problemas te los crea y encima te pone mala cara. Nosotros llevábamos uno (facturar) y de pronto teníamos tres: facturar, lo que decía la tipa que nos mal atendía y además aguantar su jeta. Intenté imaginarme a esa individua en una situación simpática y hasta follando y que va, me fue imposible. Qué asco. A gente así habría que deportarla a una isla desierta y que se la comieran los tiburones.