"Las estatuas sueñan con que llegará un día en que serán de carne y hueso,…". Rafael Argullol
Lo único que me interesó (de lo que nos tropezamos), fue la Fontana Pretoria. Algunas de las estatuas eran muy enigmáticas. A este personaje lo fotografié hasta el cansancio. Me dio por él. No supe si representaba a un personaje histórico o era sólo una mera recreación del artista: las obras de autor siempre son recreaciones, versiones personales, aunque se trate de la más simplista reproducción. Daba igual, su rostro era sugestivo, fuerte y algo inquietante. No parecía que hubiera sido una buena persona, y eso me atraía. Además escondía sus manos; seguro que por algún aspecto turbio en su vida. Menudo tipo.
DICCIONARIO IMPROVISADO E INNECESARIO
MACHO: Como tal carece de relevante importancia, salvo para proveer de espermatozoides (célula sexual masculina, producida en los testículos, destinada a la fecundación del óvulo) a la Hembra para la incuestionable y, se supone, necesaria perpetuación de la especie (aunque ya llevamos tanto tiempo aquí, que quizá habría que pensar seriamente en una higiénica y artística extinción, como los dinosaurios, que gracias a ella son una leyenda, mientras que la especie humana es más bien una mejorable presencia). Bien, si el macho es imprescindible para la reproducción (aunque no sé hasta dónde ha llegado la ciencia en ese campo), no lo es para proporcionar placer sexual a la hembra, o al menos un placer incomparablemente intenso. La hembra, poseedora de una inagotable capacidad y recursos comparada con el macho, tan flojo e impotente. A saber: desde otras hembras, hábiles conocedoras de sus más recónditos puntos de placer, hasta todo tipo de discretos y sofisticados artilugios (qué macho puede competir con la inagotable energía eléctrica conectada a una reproducción exacta del pene, tamaños ad hoc). Si a eso añadimos la vulnerabilidad e inseguridad del macho ante los necesarios empinamientos, y por supuesto, luego, los inevitables decaimientos refractarios y otras perturbaciones psicológicas y espirituales, nos encontramos con un ser en el que habitan notorias deficiencias frente la hembra, que le colocan al borde del ridículo más bochornoso. No sé de qué ignorante convicción ha obtenido su prepotencia, preeminencia y lo que es peor, su intolerable agresividad. Quizá es porque no soporta reconocer que vive de la conmiseración de la hembra. Y ahora Ambrose Bierce: MACHO: Miembro del sexo sin importancia o insignificante. El macho de la raza humana es generalmente conocido (por la hembra) como Mero Hombre. El género tiene dos variedades: buenos proveedores y malos proveedores.
DESPEDIDA DE LA CIUDAD DE TURBADORA BELLEZA: al menos, aunque el tiempo acabe con todo, siempre quedará la contemplación de la belleza en piedras duras, blancas, perfectas… Aunque sea con el último aliento ya, con todas las esperanzas perdidas, el último sentido de todas las cosas será viajar hasta allí, caminar lentamente y sentarse a mirar, sólo mirar y que el tiempo se pare o avance vertiginosamente dará igual. Sólo importará estar rodeados de belleza en la mitológica ciudad y entonces todo cobrará un último y único sentido. Habrá merecido la pena vivir para ver el espectáculo.
diez de enero de dos mil ocho: jueves (diecinueve horas). Vuelvo un rato a lo que dije el día dieciséis. Recapitulación: «Mi motivación es que no soporto la idea de la nada absoluta: sentarme a esperar la muerte sin hacer nada»… A Nathan Glaas, el protagonista de Brooklyn Follies, se le ocurre esperar la muerte escribiendo cada día el Libro del Desvarío Humano; a mí, sin embargo, el diario del mío propio. Me pregunto si tiene algún sentido; pero sólo por un momento, porque sé la respuesta (creo).
PS: un gato maúlla desgarradoramente desde un tejado cercano.
Título: –La indiferencia de las estatuas-. En las plazas, a veces, hay estatuas. Al «fotógrafo» le gustan. A mí también. No hay una explicación sencilla para ese potente ascendiente sobre una determinada frecuencia de nuestro mundo sensible. Quizá sea debido al sentido de la nostalgia, o de la melancolía, o tal vez la épica perdida. La heroicidad siempre es cosa del pasado. El presente es demasiado inmediato y estúpido para que alimente las leyendas. En algún momento, hace milenios, alguien decidió representar en piedra o bronce a los héroes y situarlos en las plazas. Desde entonces se sigue haciendo. Ahora también se colocan esculturas modernas; pero no es lo mismo. Éstas podrán ser de última generación: expresionistas, abstractas, conceptuales, geométricamente inverosímiles, ocurrentes, de compleja e intrincada concepción, de amable o estimulante visión, pero siempre les faltará el eco de lo épico, literario, simbólico. Ese aspecto, a veces vulgarmente figurativo, que hace que la mayoría de las gentes sienta que resuena en algún recóndito lugar del alma. Para el «fotógrafo» -según me dice-, siempre suelen ser apariciones sugestivas y amables y, aunque el hecho de fotografiarlas (no siempre lo hace), no aporte nada a nadie, porque sólo se trata de duplicar imágenes pétreas, frías e imperturbables, indiferentes e inexpresivas, es justamente por eso, y sólo por eso, por lo que ya tienen un valor en sí mismas para el «fotógrafo». Al fin y al cabo, según Nietzsche: «El placer de mirar consiste en la comprensión del símbolo». Quizá esta serie se haya forjado pausadamente, a lo largo del tiempo, por un agudo sentido del placer, el del fotógrafo, naturalmente.