“Esas miserias son los bienes/que el precipitado tiempo nos deja”. Jorge Luis Borges
…Estoy escribiendo este texto una semana después del viernes diecisiete de Febrero (mi padre habría cumplido ochenta y cinco años), en el que, supuestamente, estuve sin estar, en el que, según tengo entendido de otros años, es un lugar donde se expone una ingente cantidad de objetos artísticos, según dicen. Decidí no seguir frente al teclado y esperar a revelar los rollos que traje a mi casa, no fuera a ser que en esos rollos hubiera otras cosas. –Lo mismo hay fotografías de las que yo hago, nada artísticas por otra parte, y no puedo utilizarlas para contar nada que tenga que ver con el arte y el Mercado– me dije. Pero no, una vez revelados, pude comprobar que en los cuatro rollos, salvo dos fotografías que eran de las mías –la de hoy y la de ayer-, todas las demás eran de allí, del lugar donde estuve a medias porque no recordaba nada digno de mención…
«Visitar una tierra que dejamos hace mucho. Nunca podremos reencontrarla. Porque la vida es el presente y todo lo demás es ficción. Pero no hay duda de que es una ficción más real que la realidad». Vergílio Ferreira
Y El Fotógrafo dijo:
«La realidad física que nos rodea sólo puede ser expresada lúcidamente desde percepciones distantes de la inmediatez: todas Diferentes, todas Enajenadas, todas Metafísicas, todas Poéticas».
En dos mil uno, los hermanos Cohen realizaron una soberbia película, como es habitual en ellos, que titularon, también magnífica y sugestivamente, «El hombre que nunca estuvo allí». Al parecer No fue mi caso, porque yo Sí estuve allí; aunque no me acuerde de casi nada. Lo sé porque me traje un plano del lugar y la entrada utilizada. Además, recuerdo que llegué conduciendo mi viejo coche, y que pagué 40 € por la entrada. Me desplacé por los pasillos, perfectamente simétricos, miré y miré pero no vi nada que pueda recordar, lo que me hace sospechar que lo sucedido en el intervalo de tiempo de tres horas y media que estuve dentro, pertenece al mundo de lo probable e improbable al mismo tiempo. O, simplemente, mi cuerpo estuvo y mi espíritu no. Sin embargo, dentro, sí estuvo mi cámara pequeña porque tengo la prueba de cuatro rollos expuestos (lo sé porque cuando los expongo los enrollo completamente), que saqué de mi bolsillo cuando volví a mi casa…
Acordándome de lo que dije antesdeayer sobre el trabajo, recuerdo vagamente los inicios. Como era incapaz de conjugar un verbo, aritméticamente ir más allá de una simple regla de tres, o saber el nombre de los principales ríos del país, y debía dedicar mi vida a algo, mis padres me mandaron a trabajar. Fui a un organismo sindical (de los tiempos de la dictadura) a buscar trabajo y me ofrecieron tres opciones: camarero (la más social), damasquinador (la más artística) y oficinista (la más aburrida). Es obvio la que escogí: la más aburrida, naturalmente.