Los retratos repetidos. Es inevitable: todo es repetición en el ser humano…
DIGRESIÓN OCHO. La chica danesa (The Danish Girl), Reino Unido (2015). Director: Tom Hooper. Guión: Lucinda Coxon (Novela: David Ebeshoff). Intérpretes: Eddie Remayne, Alicia Vikander, Mathias Schoenaerts. Cascada tumultuosa de premios y reconocimientos. Las opiniones de los críticos, bastante unánimes, la cuestionan fundada y seriamente. A mí me parece que tienen razón. Bajo la fórmula de drama desgarrado y llorón hay poca cosa. Concebida y producida para gustar a mucha gente y mejor lucimiento de actores de recursos, estilosos y bastante guapos (ambos protagonistas ya tienen su Oscar, a pesar de su juventud). Hooper presenta una recreación histórica del caso de Einar Wegener, primer intento quirúrgico de transexualidad, como una historia falsamente escabrosa y nada transgresora. Película condenada al éxito desde el primer minuto. Es abrumadora y exasperante la reiteración del desgarro lloriqueante de Einar, que quiere ser Lily y en ello se empeña desesperadamente. Obsesión enajenante. He conocido a algunos transexuales, o quizá solo travestis (la línea divisoria es quirúrgica, o quizá espiritual, y por lo tanto íntima y secreta), pero todos ellos, aparentemente, viven su condición escindida con algo más de lucidez y gracia. Sin embargo, Einar-Lily da el tostón durante dos lacrimosas horas por querer ser formalmente lo que no es, entre otras cosas imposibles, madre. Perece en el intento. El problema es que todo ese inmenso y aparatoso nudo dramático es una trivialidad. Si eres hombre, pero lo que quieres es ser mujer, o viceversa, pues nada, actúas como tal y ya está, pero por favor no des el coñazo si no tienes solución para el dilema. Esa circunstancia puede ser molesta para uno mismo, pero nunca transcendente para los demás. En este tema yo pertenezco a esa categoría, la de los demás. Entonces, qué queda de este «movidón» tan aplaudido? Pues poca cosa, salvo la cuidadísima y bella puesta en escena, a saber, un interiorismo bellísimo, un vestuario estiloso y elegante, unas pinturas conectadas a las vanguardias europeas de principios de siglo (las de Gerda Wegener), una galería de arte que parece un museo y un marchante sofisticadísimo, unos sutiles y matizadísimos maquillajes y la actuación de los actores. Ambientación urbana y producción perfecta (dirección artística creo que se llama). No es poco, aunque la historia es, desgraciadamente, reiterativa, plomiza, aburrida y, por si fuera poco, lloriqueante. Quizá es que yo no esté capacitado para entender el alcance e importancia de la plena identificación con el género y su proyección sexual; según dicen todos tenemos una doble vertiente, más o menos latente. Por eso no es para tanto el dramón, me parece. Más o menos el núcleo se resume en: -oh, oh, quiero ser mujer, para así poder realizarme y además ser madre- ¡¡¡Qué ridiculez, por Dios!!! La condición de género o determinación sexual está sobrevalorada, me parece, la vida está en otra parte. A pesar del énfasis e impostura de la historia que nos cuela Hooper, casi de culebrón, me gustó bastante verla, quizá porque lo hice en sábado por la noche, tomando un buen whisky y, así claro, instalado en el sumo confort doméstico, las defensas se desvanecen y uno aguanta cualquier cosa.
…Traigo a N. al diario porque es bella y a mí me interesa la belleza. Y las mujeres. N., mujer muy joven, animosa, risueña y cariñosa, posó en mi Habitación de Retratar durante un buen rato, se cambió varias veces de ropa (como creo que deben hacer en las sesiones para los books),estuvo en todo momento encantadora y yo muy aplicado (pero a merced de sus movimientos, o tal vez no fui yo, sino la cámara). El contrasentido estribaba en que yo buscaba un retrato y ella, cómo no, un book…
«Pasó una mujer y se me paró el corazón». Peter Handke