"Quién sigue a otro, nada sigue. Nada encuentra; más aún, nada busca". Michael de Montaigne.
ESTUVE EN LA CIUDAD, EN LA MAGNA PROCESIÓN (…que con sus adustos gestos impregnan la supuesta espiritualidad de la fiesta de hosca masculinidad…) …También, entre los cofrades, desfilan unos pocos hombres jóvenes, en los que ya comienza a abocetarse la severidad huidiza de sus mayores, o tal vez sea la intuición o promesa de un futuro asentado en cualquier paraíso de la normalidad más próspera y confortable. Los rostros de estos hombres parecen venir de muy lejos, se parecen a los de los eternos guardianes de la más atávica normalidad. Sus caras están perfiladas o esculpidas a lo largo de años y años de seria contención, asediados por el deber de la virtud. Casi todos mayores ya, con rostros sin solución que denotan aburrimiento y hastío vocacional. «Hay un merecimiento íntimo, entrañable, en todo cuanto somos y nos sucede. Tenemos la cara que merecemos; tenemos el alma y el destino que merecemos; tenemos, incluso, los demonios y los dioses que merecemos. Hay una coherencia secreta, implacable, en todo cuanto ocurre a nuestro alrededor y, asimismo, en nosotros. Por más que la razón dude de su suerte, la entraña reconoce el código oculto que ordena y destruye los mundos. Cuando nos elevamos, lo merecemos, cuando nos hundimos, también». Rafael Argullol. No parece que disfruten de su papel protagonista. No sé, porque a fin de cuentas no puedo estar seguro de nada, porque si yo desfilara en esa procesión con esos pesados ropajes, los de los estrictos principios, quizá y a pesar de ser un genuino epicúreo, también mostraría un gesto tan adusto como ellos. No debo preocuparme por esa pesadilla, me digo aliviado, al fin y al cabo yo nunca podría estar debajo de esos tremendos ropajes. Además, ellos nunca me dejarían acompañarles…