Érase un hombre triste que decidió subir por encima de sí mismo…
ÉRASE UN HOMBRE QUE DESEÓ SUBIR POR ENCIMA DE SÍ MISMO: Victorio, que así se llamaba este hombre, tenía un afán irresistible de victoria. Quería y quería ascender por encima de sus escasas cualidades. Un día tuvo una idea que le pareció brillante: es fácil -se dijo-, como se trata de subir por encima del nivel por donde suelen transitar los demás, es decir, por el suelo, me ayudaré de algún medio mecánico para colocarme por encima y así,
sencillamente, solucionaré mis deficiencias…
…Los vagabundeos desordenados me tranquilizaron (esta palabra la escribí a las trece y veintiséis, exactamente), lo cual suponía que no me había deprimido, luego tampoco me suicidaría. Todo estaba bien entonces. En media hora dejé la «alta actividad intelectual» e hice unos ejercicios físicos, también las malditas abdominales que aborrezco pero que todavía me permiten subirme a escaleras inestables y no caerme; por el momento. Eso está bien -me dije-. Más tarde, hice la comida, comimos, y después al «estudio«, otra vez…
…Victorio, el infeliz Derrotado, eso hizo: apoyó una simple e inestable escalera en una pared cualquiera e inició la ascensión hacia su indubitable, cegadora
y esplendorosa victoria…
…Victorio, el fatalmente Derrotado, subido a la escalera miró en torno suyo y no vio nada halagador; hacia abajo y constató que apenas si había ascendido a ninguna parte; luego miró fijamente la pared que tenía a un palmo de su cara y no supo qué hacer. Sólo sintió una inmensa y devastadora sensación de
derrota y sinsentido. Se quedó paralizado por la inutilidad de su ocurrencia y por la vergüenza, y decidió no bajar un solo peldaño. Le encontraron rígido, aferrado a la escalera, con sus manos convertidas en garfios, muerto ya.