Plenos de certezas, los Creyentes…
LOS CREYENTES VIII. Sigo un poquito más sobre mi encuentro con mi amigo: cuando me preguntó cómo estaba, le contesté que me había constituido en –máquina de languidecer– y como es ilustrado pensé que podía identificar la gracia con el título de un libro de Ángel Olgoso; pero no, no se dio cuenta del plagio y yo quedé muy ocurrente. Yo a él le vi igual que siempre, su vida parece estable y hasta feliz. Siempre ha sido animoso. Nos despedimos con las consabidas y consoladoras fórmulas de vernos pronto (así llevamos veinte años, pero nunca lo conseguimos). Continué mi marcha hacia el encuentro con los que desfilarían plenos de certezas, los Creyentes…
LOS CREYENTES VII. Bien, el caso es que una vez que me encaramé a la ciudad, lo primero que vi fue a un amigo de toda la vida, con su mujer. Él, con sombrero panamá y pipa de fumar tabaco (imagen intencionada y desde luego interesante), ella, con el pelo muy corto. Mi amigo es un poquito más joven que yo, apenas un par de años. Una excelente persona, de profesión escuchador de los otros, o, dicho de otro modo, analista y equilibrador de los desequilibrios de los demás, o quizá habría que definirlo como un -normalizador- de autopercepciones infelices. Nos dimos un afectuoso abrazo y cruzamos algunos comentarios sobre nuestras vidas. A mí me dijo que estaba más gordo y no acertó porque estoy más delgado que la última vez que nos vimos, lo que me hizo pensar que mi amigo debe ser bueno como escuchador, pero no mucho como observador, pero bueno, quizá fue porque yo no soy uno de sus pacientes…
LOS CREYENTES II. Este año me había propuesto fotografiar de modo diferente a como lo he hecho siempre, o casi siempre. Algunos días anteriores al majestuoso momento, cuando caminaba a pleno sol por el campo precedido por Mister Brown, interrumpía mis erráticos pensamientos para plantearme seriamente qué fotografías podría hacer de los virtuosos Creyentes, rebosantes de certezas. El propósito me duraba unos segundos porque enseguida volvía a mis errabundas y evanescentes divagaciones sobre nada…
LOS CREYENTES III. Por desgracia, o tal vez por suerte, apenas si soy capaz de planificar de antemano nada (lo de hacer guiones no se me da), sencillamente porque sé que luego, en el campo de juego, con la función empezada, los hechos siguen su curso sin pedirme opinión y a mí solo me queda seguirlos tembloroso, acuciado por la búsqueda de lo que sé que está ahí y que temo no encontrar. Avanzo dubitativo y ansioso por los inestables territorios de la urgencia…
LOS CREYENTES IV. Creo que la fotografía es especialmente apta para ese juego impulsivo e impotente. La realidad, o más bien la acción, es tan enorme e incontrolable que yo no puedo sobreponerme a ella. Soy desoladoramente consciente de mis limitaciones, aferrado a mis viejas cámaras, grande y pequeña porque, o, dicho de otro modo, tal vez solo soy capaz de situarme ante la inabarcable apariencia a través de la improvisación, tan irresponsable como consoladora…