LOS DÍAS 10
“…Sabes, echando cuentas, de la vida es más lo que no recordamos que lo que recordamos…” Antonio Tabucchi
Viernes, veintiocho de marzo de dos mil veinticinco
Hoy he ido a la peluquería, a que me afeitaran la cabeza, como siempre. Mi peluquera peinaba a una mujer con suma aplicación llenando su cabeza de rizos rubios enrevesados, pulcros y aparatosos, supongo que del gusto de su clienta. Parecía el peinado que el día siguiente o esa misma tarde exhibiría en una boda, combinando el peinado con un estridente vestido de motivos florales y subida a unos tacones inverosímiles para paliar su pequeña estatura.
No escribiría esta observación si no fuera porque cuando esa mujer con chándal se ha levantado del sillón me ha saludado con sorpresa y familiaridad por mi nombre (lo típico cuando conoces a alguien y hace mucho tiempo que no lo ves). Me costó ubicarme frente a la espontánea y tuve que sacarla con fórceps a toda velocidad de mi esclerotizada memoria, no sin antes eliminar a dos candidatas más. Por supuesto, si no me hubiera saludado ella, para mí habría sido una mujer que estaba allí, que la habían peinado ostentosamente y se había ido y ya está (jamás la habría reconocido).
Pero no, resulta que nos conocíamos desde hacía cuarenta años, tangencialmente eso sí, porque es hermana de un amigo íntimo de hace mucho y que ya ni amigo es (llevamos diecisiete años sin vernos, más o menos, y vivimos en la misma ciudad).
Claro, allí de pie, en la peluquería, hemos hablado de nuestras respectivas familias, muy por encima, porque además a mí me costaba hasta poner nombres y recordar caras y circunstancias personales. Me sentí muy cohibido e incómodo, deseando que esa expansiva y desacomplejada mujer se fuera de una vez.
Ya estaba muy incómodo conmigo mismo desde que me levanté por la mañana y ese inesperado encuentro acabó por arruinarme el día. No levanté cabeza en toda la tarde.
Estas sensaciones y temores me susurran lo que ya sé: -que apenas si aguanto hablar con nadie y mucho menos con personas que ya han caducado en mi vida, que ya no están ni estarán, que son todas las demás-. Cuando me levanto por la mañana, frecuentemente deprimido, sí sé que tendré que hablar con alguien a lo largo del día siento un persistente malestar; y, por el contrario, si preveo que eso no sucederá, me relajo, pongo el motor vital al ralentí y así continúo todo el día, arrullado por las horas que caen blandamente en mi rutina acogedora. Una bendición de día ganado para la causa de una despedida de nadie que deseo larga y blanda, sin chirriantes experiencias y, sobre todo, sin dolor.
La Fotografía: Mi memoria enmarcada, ya despoblada. Solo detecto excrecencias y bultos que pueden mudar a masas tumorales.