Diario de un Hombre Resignado 2
“Los deprimidos no escriben libros. Los escriben las personas contentas, que viajan, que están enamoradas y que hablan, y hablan con la convicción de que de un modo u otro las palabras acaben siempre en el lugar correcto. Elena Ferrante (La niña perdida, 2014)
Domingo, cuatro de mayo de dos mil veinticinco
Ayer, sábado, ya ni me acuerdo qué pasó; bueno un poco sí: por la mañana saqué a Mi Charlie, a pasear; luego lo bañé y después me puse a limpiar la casa. Vino Naty a por Su Charlie. Se fue con ella tan contento. Antes de comer fui a Mercadona y dediqué la tarde a nada en especial, pero me cansé a pesar de todo.
Por la tarde noche, nada de nada, bueno sí, vi una buena película clásica: Hombres errantes, de Nicholas Ray (1952), con Robert Mitchum y Susan Hayward, estupendos ambos. Un crítico dijo: «Una obra maestra de Ray: quizá la más melancólica y reflexiva de sus películas». Me gustó bastante, a pesar de su fatalismo en contraste con un final demasiado feliz, sin solución de continuidad. Cosas de antes.
Para cenar, me recomendé algunas delicatessen dentro de mi cultura gastronómica barata. Eso hice y me agradó la cena porque pasé de mi sempiterna y aburrida ensalada que nunca varío.
Ya muy de noche, como me sentía despreocupado y aburrido, me dije: -venga, tío, anímate y sal a tomar una copa-.
Eso hice, donde siempre. Llegué a las doce y cuarto y estuve hasta la una, medio ausente todo el tiempo. Nadie me gustó. A veces, en estos trances me parezco idiota porque solo voy para confirmar que no me lo paso bien.
Volví a mi casa más aburrido de lo que estaba en mi casa en la que no hay gente fea, la música es de mi agrado y la copa me sale más barata.
Hoy domingo me he levantado bastante desanimado. Tenía todo el día disponible para la depresión. Y lo aproveché.
Sí, porque a pesar de que pasé todo el día sin fuerzas ni ganas, me dediqué a hacer lo que más me apetece: no hablar con nadie, permanecer en mi Cheslong de escribir en mi estudio y deambulando perezosamente por la inconcreción (escribir esta entrada, por ejemplo); ni siquiera salí a caminar (por lo de mi fascitis). Aunque, a la caída de la tarde di un corto paseo, cansado de ni siquiera sentirme.
Si alguien me hubiera propuesto hacer algo hoy (nunca pasa, es imposible), seguramente me habría negado porque entre tener contacto con alguien o no; prefiero que no. Demasiado esfuerzo para un resignado que juega al escondite a todas horas con la depresión, y que siempre gana, porque nunca me encuentra.
Me pregunto: ¿puede alguien alcanzar la plena satisfacción vivencial desde la depresión? Me contesto decididamente que Sí.
A partir de esa respuesta tendré que plantearme dejar de eludirla e ir a su encuentro confiado y entregado al confort que promete, sin engorrosas molestias. Solo pereza. No hacer nada, vivir la vida de los tumbados, y, por supuesto, como dice Elena Ferrante, ni siquiera escribir.
La Fotografía: Mi escenario de las dos y media de la tarde. A la hora de comer, hubo fútbol, que vi tumbado en la sala de mi casa, porque jugaba mi equipo. Ganamos (aunque por poco nos empatan). Cuando acabó el partido cambié la sala por el estudio, a seguir tumbado. Luego, a la caída de la tarde, volveré a la sala a seguir tumbado viendo una peli. Después, me trasladaré al dormitorio para dormir, tumbado, claro. Es lo que se hace cuando se ha decidido entregarse a la somnolienta y amigable depresión: estar tumbado todo el tiempo, de noche y de día.