LOS MICROVIAJES
A Huesca y Navarra: día 3.1
Martes, veinticuatro de septiembre de dos mil veinticuatro
… El lunes por la noche, en Jaca, dormí bien y sin sueños que pueda recordar. Como soñar es algo muy íntimo e intransferible, solo lo hago en mi cama.
La ciudad, tranquila y grata para caminar en la zona céntrica peatonal, me estaba resultando propicia, por nada en especial, simplemente porque así me parecía. Hay ciudades en las que me siento bien, otras, sin embargo, mal (lo digo por las sensaciones de la tarde, pero eso vendrá después). El hotel, el mejor hasta ese momento, dentro de la escasísima calidad de la que puedo disponer.
En una calle aledaña, encontré un bar que pertenecía al hotel, donde desayuné lo habitual. En una mesa frente a la mía lo hacía una pareja de sexagenarios o más, no sé. Anodinamente vestidos dentro de su clase -media baja- (yo, pertenezco a la baja baja). Sin embargo, ellos, aun estando un escalón por encima de mí en la escala socioeconómica comían con vulgar avidez. El viejo masticaba con la boca abierta, descuidada y groseramente. Me fijé en ella porque me dije: si llevan viviendo juntos cuarenta años (parecía una pareja de las que mueren en paralelo), ella también abrirá la boca al masticar, pero no, no era fina en la mesa, pero tampoco obscena. Me pregunté cómo era posible que esa mujer hubiera compartido decenas de miles de comidas viendo la comida masticada por su marido, sin corregirle. Dejé de mirarlos, no me apeteció elaborar una tesis de campaña sobre la ineptitud de algunos matrimonios para elevarse sobre su propia tosquedad.
Dejé la maleta en el coche y me dispuse a visitar la ciudad, tan solo la catedral y la ciudadela.
Primero la catedral, como siempre, que abría temprano, a las nueve.
Se construyó entre el siglo XI y XII y la obra duró en torno a cincuenta años. Estructura y configuración románica, con tres naves en su interior. Tuve un problema en la visita (no cobraban entrada, al menos en esa hora) que me impidió verla con detalle y no fue otro que estaba a oscuras. Solo iluminada una capilla donde un cura celebraba misa para una veintena de fieles.
En lo que pude vislumbrar no me llamó la atención nada de su decoración. Se mezclaban otros estilos posteriores, como gótico y renacentista. No permanecí mucho tiempo en el interior.
De la catedral a la ciudadela, que no abría hasta una hora después, 10:30 de la mañana…
La Fotografía: La ciudadela de San Pedro fue mandada construir por Felipe II, a finales de 1592, quien encomendó su construcción al ingeniero italiano Tiburzio Spannocchi. Constituía un baluarte frente a Francia, lo que no fue óbice para que el general Suchet al frente de las tropas napoleónicas la rindieran en 1809 y permanecieran en ella hasta 1814.
No tuve paciencia para esperar una hora y visitar el interior que, a juzgar por los impresionantes baluartes de su contorno, en forma estrellada (la mejor imagen de la fortaleza, aérea), y por lo que se adivinaba de su interior pensé que habría sido interesante la visita, pero tenía que seguir la hoja de ruta. Vista parcial del recinto amurallado y un ciervo que me miraba curioso como preguntándome qué hacía yo allí. Ambos nos miramos durante un buen rato, hasta que él se marchó displicente y desinteresado.