Nunca he sabido qué hacer en una habitación de hotel a media tarde, habiendo dejado el sol en la puerta y encontrándomelo luego asomado a la ventana. Me resultan habitáculos inhóspitos, ajenos y estúpidamente silenciosos. Las paredes se oscurecen y amenazan con desplomarse sobre mí y los muebles acechan cargados de sustancias depresivas que te pueden inocular si te acercas a ellos. Era urgente salir a la calle cuanto antes; no sin antes fotografiar. No me era indiferente, pero no sabía si me gustaba o me inquietaba; era una sensación que podía sugerir al mismo tiempo alienación o un desesperado individualismo. No me gustaría volver, quizá esto conteste la pregunta.
13 AGOSTO 2005
© 2000 pepe fuentes