MIS VIAJES: un día en Chicago. Orilla del Lago Michigan. Ocho de diciembre de dos mil cuatro.
10: a.m. Día soleado. Caminamos despacio. No parece que nos vayamos a encontrar con lo imborrable. La gente con la que nos cruzamos es muy simpática; algunos nos saludan amigablemente (no saben que procedemos de una ciudad bastante más antipática). Estas vigas de hierro ofrecen un juego compositivo que nos entretiene un rato.