9 MAYO 2006

CARMEN. En aquel tiempo: era mi mujer, y no sólo porque nos habíamos casado hacía ocho años ya (eso de casarse es lo de menos), sino porque ambos crecimos un poco en compañía  y porque ella siempre fue generosa, atenta y comprensiva con mis titubeos y decaimientos. Nuestro ciclo vital juntos estaba próximo a finalizar. A pesar de todo, creo que fue positivo para ambos. Luego: un año después acabó y lo hizo de la manera más civilizada porque lo éramos. Creo que las relaciones de pareja tienen un «tempo»; dependiendo de la naturaleza y carácter de ambos, pueden ser fértiles un año, tres, veinte o siempre, pero cuando ese tiempo se acaba es mejor despedirse, seguir otros caminos y salir al encuentro de otras personas  (si lo necesitamos) que nos ayuden a  continuar nuestra vida con proyectos e ilusiones nuevas. Así lo hicimos, sin estridencias y amigablemente y ese fue uno de los beneficios de haber compartido el lecho durante nueve años (y si no, habría sido un lamentable error desde el  principio). Ahora: ya han pasado veintidós años (casi) seguimos sabiendo el uno del otro, nos llamamos de vez en cuando, hablamos de nuestro hijo y nos alegramos juntos de que le vaya bien. Ambos tenemos otras parejas,  pero  seguimos apreciándonos y  felicitándonos en nuestros  respectivos cumpleaños.