El sol estaba alto, en su sitio, aunque emitía una luz velada fantasmal. Los bañistas (o veraneantes) cumplían con el guión; yo, también. Vestido y a la sombra, espiaba curioso sus movimientos y de vez en cuando fotografiaba. Podía imaginarme con horror las sensaciones que tendría si estuviera en su lugar: el agua aguijoneando mis carnes aprensivas y una sensación de ahogo y pavor al sentir, debajo de mi cuerpo aterido, una inmensa oscuridad poblada de seres malignos que podrían tirar de mí hacía las simas que habitan y no dejarme salir jamás.
27 AGOSTO 2006

© 1986 pepe fuentes